¿Están emocionalmente preparados los niños de corta edad para el aprendizaje intelectual? ¿Es conveniente retrasar la enseñanza de la lectura y la escritura para estimular primero su capacidad de interacción social y su creatividad? Los seguidores de la pedagogía Waldorf, fundada hace más de noventa años por el pensador austriaco Rudolf Steiner, lo tienen claro y responden con un rotundo no a la primera pregunta y con un no menos contundente sí a la segunda.

Las familias y las maestras de la escuela infantil El Moral, en el núcleo lagunero de San Miguel de Geneto, ponen cada día en práctica las teorías de Steiner. Las particularidades de este centro comienzan por su propia organización. Para favorecer la implicación de las familias, los padres forman parte de la junta directiva junto a las maestras. De hecho, estas lo hacen desde hace poco. Actualmente, la directora es Raquel Aldeano, madre de uno de los alumnos. Al mismo tiempo, las enseñantes son percibidas por los niños casi como sus madres, puesto que lo que impera en la pedagogía Waldorf es que el ambiente escolar sea lo más similar posible al familiar.

El objetivo, explica Aldeano, es potenciar "la identidad del individuo" y "formar niños y adultos libres y autónomos". Las herramientas esenciales para lograrlo son el juego, la adaptación a los ritmos de la naturaleza y el entorno y el uso de materiales que permiten al niño "captar el medio que le rodea de forma sensitiva".

Una corta visita a la escuela El Moral basta para percatarse de que no es un centro infantil como los demás. No hay pupitres, los niños no están divididos por edades -los hay de tres a seis años y todos comparten la clase-, se mueven con libertad y un llamativo elemento preside las aulas: la mesa de estación, decorada en concordancia con la época del año y que ayuda a los alumnos a entender los ritmos del año y sus cambios.

El ambiente es de libertad, aunque existen fases de "expansión" y "contracción". En las primeras, el juego es protagonista y los niños hacen prácticamente "lo que quieran", pero siempre respetando tres reglas: "no se pega, no hay gritos y no se rompen las cosas". En esta fase, las maestras están presentes, pero se dedican a hacer tareas domésticas y solo participan en los juegos a petición del niño, de forma que éste pueda "entrar en su mundo y perderse".

En los momentos de contracción, los alumnos recogen el aula y comparten el desayuno como en una familia. Los grandes cuidan de los pequeños y estos aprenden de los mayores. La "educación social", los buenos modales, son esenciales, pero "recordando siempre que se trata de niños", precisa la directora del centro.

Así, entre fases de expansión y recogimiento, transcurre la jornada escolar, que todos los días termina de la misma manera: con la lectura de un cuento.

El hecho de que no se trabaje la lectura y la escritura no supone un hándicap para estos niños cuando dan el salto a la Primaria, según Raquel Aldeano. "Se vuelven locos por aprender. Los maestros de los colegios se sorprenden de su capacidad de atención y de su curiosidad y, sobre todo, de la devoción que sienten por sus profesores", explica.