HACE algunos años, en Fitur, la segunda feria más importante del mundo tras la World Travel Market de Londres, era usual encontrarse con concejales barrigudos de pueblos turísticos que iban a Madrid de putas y que se paseaban por los pabellones con las bañas por fuera de sus camisas. Naturalmente, todo pagado por los ciudadanos de sus municipios respectivos. Parece que las cosas han cambiado, para bien. Fitur no debe ser un putiferio, sino un lugar de encuentro de gentes del sector, un intercambio de opiniones sobre la industria y un calibrador lo más exacto posible de lo que nos espera.

Ahora que China ha superado a España en recepción de visitantes sería bueno replantearse nuestras promociones y analizar, comunidad por comunidad, lo que nos falta, lo que nos sobra, lo que gusta y lo que no gusta al visitante. En el caso de Canarias con mucha más razón pues nuestro PIB debe andar por el 80% de dependencia de la industria turística. Esto quiere decir que no se concibe la economía isleña sin la presencia de esta industria moderna que nos ha dado de comer desde finales de la década de los cincuenta, hace medio siglo justamente.

Parece que las ideas están claras sobre lo que nos hace falta: renovación de la planta alojativa, captación de turismo de calidad, abolir algunas leyes que restringen ciertas expansiones, regulación del ocio y mejora del mismo y, sobre todo, eliminar trabas burocráticas que tienen muy cabreados a los empresarios del sector. En este sentido es preciso que las competencias sobre el turismo recaigan en un solo organismo y no en tres, como ocurre en este momento: ayuntamientos, cabildos y comunidad autónoma. Absurdo, como reconoció amargamente en una reciente intervención pública el presidente de Globalia, Juan José Hidalgo.

En este momento da gusto recorrer las instalaciones hoteleras y extrahoteleras del Sur de Tenerife, por ejemplo. Miles de turistas disfrutan de un tiempo espléndido, que se extiende al Norte, compran en los comercios y consumen en bares y restaurantes. Esta imagen de tranquilidad real vende, y mucho, y hay que aprovecharla.

Aumentar la calidad de la oferta, insistir en el trato amable a los turistas, molestarlos lo menos posible y ofrecerles de corazón lo que tenemos son ingredientes románticos que nunca se deben perder. Al turismo hay que cuidarlo para que repita. Y afortunadamente el índice de repeticiones en Canarias es muy alto. Fitur, pues, no debe ser un putiferio, como lo era antes de la crisis. Sino una reunión seria, una feria útil y un lugar de debate sobre la industria que resulte instructivo y eficaz.