"Lo que a mi hijo le enriquece y le ayuda a aprender y progresar es la imitación de los iguales". Con ese convencimiento, Benedicta Cordero ha entablado una lucha que ya dura cerca de ocho años -y que se ha intensificado durante los últimos tres- para que el niño disfrute de "una educación lo más normalizada posible", salga del aula enclave -destinada al alumnado que precisa de una atención especializada por déficit psíquico, trastornos del desarrollo o discapacidades físicas o sensoriales- donde estudia actualmente y vuelva a escolarizarse con el resto de los alumnos.

Según esta madre, los cursos pasados en estas aulas han supuesto "años perdidos" y un retroceso en su integración. Para ello, ha recurrido a la Administración educativa, con nulo éxito, al Diputado del Común e, incluso, a los tribunales, donde ha denunciado a la Consejería al estar disconforme con esta modalidad. Las aulas enclave, recuerda, son para niños que requieren de un auxiliar educativo -y "no es el caso", dice- y a los que no puede darse una respuesta en un centro ordinario -y "tampoco lo es".

El hijo de Benedicta tiene trece años de edad y padece un retraso madurativo. Con cuatro años, su familia lo matriculó en el colegio del Camino de la Villa, en La Laguna. Todavía no había completado la etapa de Infantil cuando Educación dio "el primer toque" y recomendó que continuara su escolarización en un aula enclave.

El apoyo de un inspector sensible con estas situaciones permitió a Benedicta salvar este primer obstáculo que encontraron sus intenciones de integrar a su hijo junto al resto de compañeros.

El niño inició la Primaria con el mismo grupo con el que realizó Infantil, del que se sentía un componente más, y recibía los correspondientes apoyos por parte de profesorado especializado. Cuando el problema parecía zanjado, en 2005 un nuevo informe volvía a aconsejar la inclusión en un aula enclave. Según Benedicta, los argumentos del dictamen eran falsos. "Se decía que, a pesar de los esfuerzos realizados por el centro, no se observaba ningún avance, cuando desde el propio centro, en informes periódicos, se me informaba de sus progresos", relata.

En este caso no hubo respaldo de Inspección -"a la hora de la verdad nadie se coge las manos, nadie cuestiona a nadie", se lamenta- y la decisión fue irreversible. Para evitarlo, matriculó al niño en un colegio concertado -Echeyde-, pero no quedó satisfecha.

Tras la experiencia, no tuvo más remedio que escolarizar el niño en un aula enclave. El colegio Aguere fue el destino de su hijo, pero tampoco los resultados han contentado a la madre. "Hay niños con tipologías diferentes. No se sigue la programación, la comunicación con la familia es nula y sólo integran al niño con los demás alumnos en el comedor y el recreo y cuatro sesiones lectivas a la semana". Además, critica la escasa implicación docente: "las programaciones no se hacen, se hacen mal o se guardan en una gaveta".

"Encasillar a mi hijo en un aula enclave le ha negado la posibilidad de integrarse. En el recreo es un extraño para el grupo. ¿Con quién va a jugar si no conoce a nadie", se pregunta Benedicta.