La Guancha acogerá el VII Memorial Román Reyes

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El próximo sábado, día 25 de mayo de 2019, en el Pabellón del Instituto de Enseñanza Secundaria de La Guancha, se disputará la séptima edición del Memorial Román Reyes González, fallecido hace siete años, tras sufrir un accidente de trabajo en el transcurso de un temporal sufrido en la Isla. La instalación deportiva lleva el nombre del recordado Román.

Será un cuadrangular de veteranos, con participación de los equipos CB Juventud Laguna, MCB Arafo, CB Argüayo y Veteranos del CB Guancha.

Destacar la participación de destacados exárbitros tinerfeños, casos de Ángel Recuenco, Chuchi Arencibia, Manuel Hernández Cruz, Eusebio Trujillo, todos ellos de ACB en sus tiempos, completando el cartel de colegiados Lorenzo Domínguez, árbitro vecino de La Guancha y que militó en categoría Nacional.

También habrá presencia de auxiliares de mesa mundialistas: Luis García Fumero, Marisol Díez Reyes e Isabel Díez Reyes (presentes en el Mundobasket del 86, con sede en Tenerife).

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ARTÍCULO DEDICADO A ROMÁN REYES PUBLICADO POR EL BLOG “VISTO Y OÍDO”

“Tengo en mis manos en estos momentos el libro que en su día escribió Salvador Pérez sobre los 25 años del Instituto de La Guancha. En él, en la página 259, miro y remiro tu foto. Es así, como estás retratado allí, como quiero recordarte para siempre.

Por más que le doy la vuelta, no sé cómo nos has podido hacer esto. Cómo nos has dejado en la estacada así, sin despedirte. Arrancado por una muerte violenta que tu nunca mereciste. Aquí nos quedamos con dos palmos en la cara, con el cuerpo frío y el corazón destrozado. Aquí se quedan, sin esperarlo, tu esposa y tu hija que no encuentran consuelo al que agarrarse, y no sé si lo encontrarán mientras dure sus existencias.

¿Y qué me dices de todos nosotros?: familiares, vecinos, amigos, profesores, alumnos, y tanta gente que te conocía y te valoraba, no solo por lo que hacías, sino por lo que eras. Todos los que durante tantos años tuvimos la enorme suerte de poder compartir contigo toda esa enorme humanidad que llevabas por dentro y por fuera, nos quedamos huérfanos de ti.

Si cierro los ojos oigo claramente el traquetear del kilo de llaves que siempre llevabas colgando del cinto de tu pantalón, como si de un San Pedro terrenal te trataras. Sabías abrir todas las puertas habidas y por haber, y en el Instituto –tu segunda casa- sabías encontrar siempre la solución exacta a cualquier problema que se presentara. ¡Dónde encontrará Jerónimo a otro como tú!

Y es que los que te conocimos sabíamos que desde los claros del día entrabas y salías, subías y bajabas sin descanso por aquellas interminables escaleras y esos kilométricos pasillos del centro. En cada cosa donde hubiera un problema y una solución, estabas tú: que si una cisterna rota, que si una puerta que no cerraba, que si aquel proyector que se le quemó la lámpara. Y nunca una mala cara, un mal gesto. Siempre, siempre, una actitud positiva ante la adversidad. Un auténtico estilo de vida.

Ahora, de buenas a primeras, un mal paso, unas malditas planchas que el viento te preparó como trampa, una de tantas averías a las que voluntariosamente siempre acudías a reparar, te ha llevado por delante. Nos has dejado justo en el sitio y en el lugar al que dedicaste tantos años de tu vida. ¿No pudiste esperar un poco más? ¿No pudiste prepararnos para tu partida?

Y es que antes de comenzar tu etapa en el Instituto, no puedo olvidar que, conmigo y otros tantos, te formaste en la escuela del Ayuntamiento, y juntos aprendimos el oficio y la máxima aquella de tener que buscarnos la vida para hacer de todo y ser aprendices eternos de cualquier oficio. ¡Qué buenos ratos pasamos juntos!

No tengo palabras para expresar lo que siento, de verdad. Se me hace un nudo en la garganta y las lágrimas las tengo a punto de rebozarme los ojos. Tú, que no te diste nunca importancia, porque siempre fuiste un tipo modestamente trabajador y no buscabas protagonismos, nos has paralizado hoy la vida. ¿Te imaginas lo que han llorado y van a seguir llorando la inmensa mayoría de los alumnos del centro? ¿Esos mismos a los que reprendías y al tiempo les hacías reconsiderar sus comportamientos? ¡Cómo te supiste empapar del espíritu del enseñante!

Tuve la suerte de trabajar contigo en la última reforma que se le hizo al Casino hace dos años. Muchas tardes pintando juntos y retocando cada detalle para lograr que aquella primigenia casa de cultura y encuentro de nuestra gente no cayera en las garras del cierre. Román se subía a las escaleras, al andamio, al techo y trepaba con un control extremo. Sabía siempre lo que hacía, y eso me gustaba, pues en ese tiempo comprendí que los años se podían llevar con entusiasmo y espíritu. Gracias a Dios me dio tiempo de copiarte ese espíritu siempre positivo, que en ti se convertía en virtud, pues ya a uno –querido amigo- le chirrían algo ya los rodillas, y a veces el pesimismo nos pesa más de la cuenta.

Hoy estoy jodido. Desde que mi amigo Suso me llamó al móvil y me dio la noticia te confieso que se me ha quedado un vacío en el alma. Hacerme mañana a la idea de que no te voy a encontrar más ni en tu Asomada, ni en el Centro se me hace duro. El único consuelo que hallo es saber que supiste sacarle todo el jugo a la Vida mientras fue tuya, pudiste disfrutar de la práctica de la música, de las tablas de San Andrés, de una buena cerveza y de todas aquellas actividades sociales que se organizaban en el pueblo: carnavales, deportes, fiestas, y muchas que tuvimos la oportunidad de encontrarnos.

Llegado este momento solo te pido un último favor, amigo. Ahora que estás allá arriba, saluda a mi padre. Recuerdo que me decías siempre que con él compartiste largas jornadas de trabajo levantando el centro cultural de Santo Domingo. Dile que aquí estamos todos bien. Sé que es una mentira, pero no quiero que piense que nos quedamos tristes por él y por ti.

Intentaremos seguir siendo felices, tal y como tu querías, pero si deseamos fervientemente que nos dejes apropiarnos para nuestros corazoncitos, si nos lo permites, esa rotunda sonrisa que solo tú sabías dibujar en tu cara, y con la que nos llenabas el alma, esa misma alma y esa misma memoria que no borrarán nunca la presencia entre nosotros de un buen marido, de un buen padre y de un buen amigo llamado Román Reyes González. Un tipo irrepetible y único.