Algunas de las mejores ostras que he comido en mi vida eran Colchester, de carne firme sabor fresco, gran salinidad e influencia de los pantanos. Según los antiguos romanos, lo único bueno que se podía meter uno entre pecho y espalda en la poca acogedora Britania. Se llega a la isla de Mersea, en la costa de Essex, cerca de Colchester, a través de una antigua calzada que inundan las mareas altas. La isla está rodeada de agua rica en ostras de concha plana cultivadas y cosechadas por la familia Haward durante siete generaciones, desde mediados del siglo XVIII. El río Colne y el estuario, al este de Mersea, son los lugares de procedencia, las hay genuinamente nativas (en temporada) y de roca salvaje, disponibles todo el año, engordadas y conservadas en lechos y tanques. Se dice que los permisos para explotarlas fueron otorgados a las autoridades locales en 1189 por el rey Ricardo I, más conocido como Ricardo Corazón de León.

The Company Shed es el lugar de toda la vida donde siempre se pueden encontrar Colchester de buena calidad. Administrado por los Haward, es una combinación de marisquería y restaurante, un establecimiento sencillo que recibe regularmente los elogios de los principales críticos gastronómicos. El vino y el pan, tradicionalmente, los portaba el cliente. No sé si, con el transcurso de los años, las costumbres de la casa han cambiado. The Coast Inn es otro restaurante bar a orillas del río Mersea, en Blackwater, que se especializa en mariscos y mejillones locales. En este caso es necesario asegurarse previamente de que las ostras figuran en el menú.

La relación de los ingleses con los bivalvos afrodisíacos no siempre ha sido la misma, en gran medida por la fuerte oscilación en sus precios. De un tiempo a esta parte resulta relativamente caro comerlas, pero en el siglo XIX eran tan abundantes y baratas que llegaron a formar parte del sustento cotidiano de los pobres. Como consecuencia del encarecimiento del producto y del parásito Bonamia, la afición por ellas se redujo considerablemente. De hecho, en los tiempos modernos, la mayor parte de la cosecha de ostras británicas se enviaba a Francia.