Marina Silva, ecologista, pedagoga y exsenadora brasileña, vuelve por tercera vez a la carrera electoral para los comicios presidenciales de octubre próximo con una meta clara: unir a Brasil para sacarlo del atraso.

Convencida de que "no todo vale para ganar una elección", la candidata a la presidencia de Brasil por el partido Rede Sostenibilidade (REDE) se muestra como una opción de transparencia y hace alarde de no estar vinculada con casos de corrupción, ni bajo investigación alguna de la justicia.

Criada en una explotación de caucho de la Amazonía, analfabeta hasta los 16 años, profundamente religiosa y con una vida que parece sacada de una novela, Silva vivió en carne propia las necesidades que acompañan a la pobreza y a las minorías.

La perseverancia es quizá su arma más valiosa. Silva no se rindió para salir adelante y ser profesional. Tampoco lo hizo con su salud tras superar una infección por mercurio a los seis años y padecer malaria y hepatitis en varias ocasiones.

En política tampoco lo hizo y por eso vuelve al ruedo electoral este año.

Nació en 1958 en Breu Velho, una aldea amazónica en el estado de Acre. A los 15 años, María Osmarina da Silva se trasladó a vivir a Río Branco, capital regional, donde se alfabetizó, se preparó para ser monja, fue empleada doméstica, profesora y recibió el título universitario de historiadora.

Su participación en política comenzó al lado de Chico Mendes, premiado varias veces por su defensa de la Amazonía y asesinado por hacendados en 1988.

A mediados de los 80 participó en la fundación de la Central Única de los Trabajadores (CUT) en Acre y, afiliada al Partido de los Trabajadores (PT), aspiró por primera vez a un cargo público en 1986 pero no logró que la eligieran diputada federal.

Dos años después fue elegida como la concejala más votada de Río Branco; en 1990 alcanzó una plaza en la Asamblea Legislativa regional y cuatro años después llegó a la Cámara Alta como la más joven senadora de la historia.

En 2003 fue nombrada ministra de Medio Ambiente en el primer gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, donde permaneció hasta 2008 cuando renunció por diferencias sobre la política de desarrollo de la Amazonía con Dilma Rousseff, entonces ministra de Minas.

Su dimisión la impulsó internacionalmente como defensora ambiental, lo que la hizo merecedora de innumerables premios y reconocimientos, pero también le abrió una puerta de enemistad con la agroindustria.

A sus 60 años y a pesar de haber disputado en dos oportunidades la jefatura de Estado, esta es la primera vez que Silva se lanza a la presidencia como líder de su propio partido.

La primera vez que lo intentó, en 2010, abandonó el Partido de los Trabajadores, en el que había militado por 30 años, y se lanzó a los brazos del Partido Verde (PV).

En esa oportunidad el triunfo fue para el PT en cabeza de Rousseff y Silva quedó tercera con unos 19 millones de votos (equivalente a un 20 % del total).

La ecologista abandonó el PV en 2011 con la intención de crear su propio partido (REDE), que lanzó dos años después, pero no logró legitimarlo a tiempo porque faltaron firmas para alcanzar el número exigido por la Justicia Electoral.

Por eso se integró en el Partido Socialista Brasileño (PSB) como compañera de fórmula del candidato socialista a la Presidencia, Eduardo Campos, que murió en un accidente aéreo dos meses antes de los comicios.

Tras heredar de Campos la candidatura a la Presidencia, la ecologista ocupó el tercer lugar en los comicios de 2014, con 22,1 millones de votos (21 % del total).

En 2018 Silva vuelve a la disputa electoral con su partido ya legitimado y como segunda en los sondeos de intención de voto, con un 13 % del favoritismo y detrás del ultraderechista Jair Bolsonaro (17 %)

Aunque ha desarrollado su trayectoria política en la izquierda, Silva es evangélica, religión a la que se convirtió en la década de 1990, cuando logró salir de otra recaída por las dolencias que le aquejaban desde niña por la contaminación con mercurio.

La ecologista pertenece a la iglesia Asamblea de Dios y aunque no comulga con el aborto y el matrimonio entre personas del mismo sexo, se muestra respetuosa con las opiniones contrarias y defiende los derechos civiles para los homosexuales.

Las políticas de inclusión social, la preservación del medio ambiente y las reformas estructurales para asuntos tributarios y de pensiones, son prioridades en su plan de gobierno.