"Con voz grave y bien mo-dulada contaba cientos de historias, las estructuraba hábilmente intercalando en ellas la ironía y el humor, de tal manera que nos mantenía absortos. Dibujaba los caracteres de sus paisanos con su particular idiosincrasia, pero con simpatía. A veces, se autorretrataba integrándose en el cuento, como un personaje más". Es parte de la descripción que Mayte Castañeda, vecina de Granadilla de Abona, escribe de Eduardo Estévez Ferrero, "Don Eduardo, el médico", como lo conocieron los miles de granadilleros a quienes atendió durante más de 50 años.

Palabras que se corresponden con la filosofía que ejerció quien reivindicó la conversación y la compañía al enfermo como parte de la terapia. "Hay que escuchar a los enfermos, acompañarles y dedicarles el tiempo que sea necesario". Un humanismo que impregnó toda su carrera.

Distinguido en 2014 con la Insignia de Oro de Granadilla de Abona "por sus servicios, porque durante más de 50 años cuidó de la salud y el bienestar de sus conciudadanos, ejerciendo su vocación, la medicina, y siempre al servicio de sus pacientes y de la comunidad", el pasado 11 de octubre falleció a los 88 años. El salón de Plenos municipal fue el lugar en el que los granadilleros le despidieron.

"Eduardo nos ayudó a entender la compleja realidad de estas tierras. Aludió a los caciques, a los prestamistas... También a aquellos campesinos que se veían forzados a malvender sus tierras acosados por una enfermedad, por los gastos derivados de los estudios de los hijos... Sin duda, el contacto del médico con el sufrimiento fue lo que le hizo adquirir un tan profundo conocimiento acerca de los seres humanos".

Mayte Castañeda y su esposo encontraron al médico Eduardo y a su familia en los años 70, cuando llegaron al municipio.

Nacido en San Miguel de Abona en 1928, fue hijo de Eduardo Estévez Tacoronte, farmacéutico perseguido por sus ideas republicanas y masónicas que fue preso en Granadilla durante la Guerra Civil. De ahí que la familia cambió la residencia y la Farmacia Estévez, que hoy regenta su hijo.

Granadilla, Santa Cruz, La Orotava, Las Palmas, Cádiz y Madrid fue su periplo estudiantil desde la infancia hasta obtener la plaza de médico titular, que ocupó en Vilaflor en 1955 (la única vacante en las Islas). Poco después logró la plaza en propiedad de médico en medicina pública de la Seguridad Social. Era el tiempo de las carencias, en el que el médico no tenía horario. Sus hijos recuerdan las largas tardes de visitas en casa de los pacientes, de los enfermos cansados de luchar.

"Nos contó que cierto día recibió un aviso urgente desde la Cumbre. Mientras ascendía a caballo por un camino incómodo y peligroso, iba haciendo un cálculo de lo que cobraría. Como la vereda se estrechaba y la ruta se hacía cada vez más difícil, añadía mentalmente a la factura unas pesetas más, hasta que llegaron a una choza muy pobre. Eduardo no solo no cobró, sino que sacó dinero de su cartera para pagarles las medicinas".