En la Declaración de Balfour, que sentó las bases del Estado de Israel, ningún término fue aleatorio. Los tres párrafos, las 67 palabras y el compromiso que marcaron la historia de Oriente Medio siguen teniendo consecuencias un siglo después.

"El Gobierno de Su Majestad contempla favorablemente el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y realizará cuantos esfuerzos sean necesarios para hacer realidad este objetivo (...)", prometió el Ejecutivo británico en una misiva del 2 de noviembre de 1917 ante los requerimientos del incipiente movimiento sionista para "el regreso de los judíos a su tierra ancestral".

Antes de que el ministro de Asuntos Exteriores británico, Arthur James Balfour, rubricara el medido texto dirigido al líder judío Lord Walter Rothschild, Reino Unido desechó los primeros borradores propuestos que incluían conceptos como "Estado judío" y "raza judía".

"El objetivo británico no era crear una nación independiente sino usar al movimiento sionista como parte de su sistema colonial y triunfó", valora a Efe Klain Menajem, historiador israelí de la Universidad de Bar Ilan.

Considerada una declaración incompatible con la revuelta panárabe, que al mismo tiempo lideraban los británicos contra los turcos, Reino Unido estaba inmerso en una maraña de alianzas con el trasfondo de la Primera Guerra Mundial y el futuro reparto de Oriente Medio con su competencia francesa.

"Cuando negoció la región todavía estaba en manos del Imperio Otomano y en Palestina sólo había entre un 8 y un 10 % de judíos", matiza a Efe Peter Shambrook, consultor histórico del Proyecto Balfour, iniciativa que pide una revisión de aquellas 67 palabras.

Este centenario ha rescatado el significado de la misiva que, según reconoce David Miller, presidente de la Asociación de Inmigrantes británicos de Israel, apenas conocen las nuevas generaciones israelíes, ya que no se aborda en el currículum educativo nacional.

"No es el único, pero sí uno de los cimientos del Estado de Israel y conviene señalarlo", asegura Miller sobre el documento que activó la maquinaria diplomática para la creación del país en 1948.

Para Shambrook los tres párrafos adquieren su significado "cuando lo que fue una carta de intenciones se transformó en parte de la ley internacional, ya que la Liga de las Naciones integró el documento como parte del mandato (británico de Palestina) en 1922".

Así la Declaración sirvió para la primera parte de su contenido, mientras que los historiadores sitúan el entuerto en su segundo párrafo: "(...) en el bien entendido de que no debe hacerse nada que pueda perjudicar a los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, o los derechos y estatus político que disfruten los judíos en cualquier otra nación".

"Reconoce los derechos civiles y religiosos pero hay una ausencia deliberada por mencionar los derechos políticos para la mayoría de la población, los árabes palestinos, lo que llaman las poblaciones no judías", critica Shambrook, porque este colectivo careció de instituciones que le representaran.

Fue el secretario británico en la India, Edwin Samuel Montagu, judío y uno de los mayores oponentes del Gabinete británico a la declaración, quien más influyó en su redacción, preocupado por el incremento del antisemitismo entre la diáspora judía ante la pretensión de crear un nuevo Estado.

La carta de Balfour es considerada por algunos como el inicio del deterioro de las relaciones entre los israelíes y árabes y el precursor del nacionalismo palestino como reacción.

El texto fue cuestionado en los años posteriores por líderes sionistas que apostaban por una Tierra de Israel a ambas orillas del río Jordán y lo consideraban insuficiente.

Para otros, como el historiador Menajem, su controversia radica en la falta de aplicación de la segunda parte, que un siglo después sigue dejando excluida a la población local árabe palestina, que carece de Estado.