Después de meses de tareas y estudio, el habitual sonido estridente de las sirenas escolares puede convertirse el último día de clase en música para los oídos. Esa comparación fue aun más estrecha el viernes en el CEIP Camino Largo. Sonó Antonio Vivaldi. Y con los acordes del genio de Venecia -concretamente con "Las cuatro estaciones"- se cerró el curso y quedó estrenado el nuevo sistema de timbre del centro.

Lo anterior es la superficie de la historia. Más allá de tratarse de innovación creativa, el cambio responde a un proyecto denominado "Bajando decibelios, ganando amigos", que también está vinculado a otras acciones en la misma línea que han sido realizadas hasta ahora con el objetivo de no generar molestias a la decena de menores con discapacidad auditiva que allí estudian.

Según explica la directora, Estefanía Álvarez, el colegio tiene la condición de "centro preferente de alumnado con discapacidad auditiva" y contaba con una sirena que califica de "espantosa", por lo que presentaron hace algún tiempo la propuesta de instalar el nuevo mecanismo, que permite música diversa, si bien anteayer comenzaron con Vivaldi.

Pero no es la única medida. Cuando cursaron la propuesta a Educación contemplaban, además, ir incorporando mejoras como un aviso luminoso para los cambios de hora, carteles en los pasillos invitando a una comunicación más sosegada, celebrar el Día Internacional de la Concienciación sobre el Ruido... Se une a lo anterior un semáforo de control de sonido en el comedor, aulas y determinados espacios para demostrar que se está superando el máximo de decibelios; una rutina de un minuto de silencio, u otras ideas tan sencillas como hablar en voz baja en los trabajos grupales o evitar los gritos.

"La idea ha sido normalizar a estos alumnos entre sus compañeros", precisa la máxima responsable del Camino Largo sobre el trabajo que se ha llevado a cabo, y añade que ya ha habido casos en los que ha apreciado ejemplos de concienciación por parte del resto de niños.

Mención aparte merece la iniciativa de colocar pelotas de tenis en las patas de las sillas para evitar su también desagradable sonido, lo que requirió de una labor ardua de visitas a clubes de tenis y de pádel para completar las casi 500 sillas de este centro docente del casco lagunero.