¿Por qué al cerebro le apetece comer lo que le daña?: la profesora de Psicobiología Rosa Arévalo indica que algunos alimentos "confunden" al cerebro por su capacidad adictiva, pero también hay otros que revierten el envejecimiento cerebral e incluso favorecen la creación de neuronas.

Por tanto, la buena noticia es que se puede rejuvenecer el organismo, pero también hay que romper el círculo vicioso de la comida procesada, los refrescos y los zumos envasados que colocan al cerebro cada vez en peor condición cognitiva.

Rosa Arévalo, que es profesora titular de Psicobiología de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Laguna y neuróloga, centró su participación en el Festival "Pint of Science" de divulgación científica en Tenerife con la charla "¿Qué quiere comer mi cerebro?".

Con la pregunta de ¿qué le apetece comer al cerebro? se alude a lo que hay que ingerir para mantener las funciones cerebrales en el mejor estado posible y, también, por qué somos adictos "a cosas que nos sientan muy mal".

"Tenemos la idea de que si nos apetece un alimento es porque nos va a sentar bien y no siempre es así. Ocurre que nuestro cerebro puede ser engañado porque es goloso, es glotón", precisa la investigadora.

En este aspecto hay que distinguir entre el hambre específica, que ocurre cuando se tiene una deficiencia de algo, de la apetencia "engañosa".

"Tenemos que tener en cuenta que para un buen funcionamiento cerebral hay que combinar ejercicio físico y una nutrición adecuada pues el cerebro ocupa solo el 2% de la masa corporal pero necesita el 20% del oxígeno que respiramos", añade.

La mayor parte de la energía la toma el cerebro de la glucosa, pero esta tiene que pasar del intestino a la sangre poco a poco para que no se libere demasiada insulina y si no es así, el cerebro puede sufrir de hipoglucemia.

"¿Por qué deseamos entonces el azúcar?". Explica la psicobióloga que degustar lo dulce es adaptativo. Una fruta madura contiene más energía que una verde porque tiene más azúcares y detectar esos azúcares, dulces, es una ventaja porque así la especie humana ha aprendido a seleccionar alimentos más energéticos.

Arévalo puntualiza que el cerebro no está hecho para consumir alimentos con la cantidad de azúcares de asimilación rápida que contienen muchos de los alimentos que hoy forman parte de la dieta.

El cerebro no se "engaña" porque esté mal desarrollado, sino porque se genera una situación confusa para él: posee un mecanismo que, para la vida en la naturaleza, puede garantizar la supervivencia, pero nuestras prácticas en este caso desencadenan una respuesta inadecuada, indica Arévalo.