El papa Francisco cumple hoy cuatro años de pontificado, que han estado marcados por el diálogo interreligioso, la crítica de la sociedad del descarte y la reforma de la curia romana.

Desde que fue elegido, Jorge Mario Bergoglio marcó su estilo y dejó claro que no le gustaba usar coche oficial y que no iba a vivir en los aposentos del Palacio Apostólico, sino en una de las habitaciones de la de la Casa Santa Marta, mucho más austera. Se trata de algo más que un cambio de estilo, ya que pretende predicar con su propio ejemplo una vida sencilla en sintonía con la reforma que ansía para sí mismo, para la Iglesia y para el mundo.

En su primer encuentro con periodistas marcó con claridad cuáles eran sus expectativas para la Iglesia católica: "Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres". Entre sus mensajes cabe detenerse en la insistencia en que la Iglesia debe salir de sí misma e ir a las periferias, construir puentes para dialogar, compartir y ayudar, especialmente con los más desfavorecidos de la sociedad. Tal y como se evidencia en su primera exhortación apostólica "Evangelii gaudium".

En su primera Semana Santa, Francisco volvió a romper moldes al decidir celebrar la Misa de la Cena del Señor del Jueves Santo en el Instituto Penal de Menores Casal del Marmo, donde lavó los pies a doce jóvenes de diferentes nacionalidades, dos de ellos, mujeres y una de estas, musulmana. Una costumbre que ha ido repitiendo cada año.

También ha entrado en la historia de la Iglesia, batiendo el récord de santos canonizados -833 en total-, superando los 482 santos canonizados a lo largo de los 26 años de pontificado de Juan Pablo II. El récord del pontífice argentino es doble, ya que los primeros 815 santos los canonizó en un solo día y en una sola ceremonia, realizada en la plaza de San Pedro el 12 de mayo de 2013. Además, aprobó el decreto de martirio de monseñor Óscar Arnulfo Romero, un gesto que fue criticado por el área más conservadora de la Iglesia al concebirlo como la beatificación de la corriente de la Teología de la Liberación. También canonizó a Juan Pablo II y Juan XXIII, llevando a los altares a dos pontífices del último siglo, y a Teresa de Calcuta.

El diálogo interreligioso ha sido una de sus señas de identidad. En enero de 2016 durante una visita a la sinagoga de Roma, el papa llamó "hermanos y hermanas mayores en la fe" a los miembros de la comunidad judía con los que se reunió. En términos parecidos se expresó durante la reunión que mantuvo con un grupo de musulmanes en Turquía durante su visita al país a finales de 2014.

Uno de los momentos más recordados fue su viaje a Lampedusa (Italia) después de la muerte de cientos de inmigrantes que intentaban alcanzar la isla italiana en pateras. Su grito de "vergüenza" por lo ocurrido resonó en todo el mundo.