La elección del izquierdista Jeremy Corbyn como nuevo líder del Partido Laborista británico obligará a esta formación, vapuleada en las elecciones generales del pasado 7 de mayo, a redefinir su estrategia y su futuro.

Aunque las encuestas le daban la victoria, nadie esperaba que el veterano diputado ganara con tanto margen los comicios internos, en los que se ha impuesto con un 60 % de los votos, frente al 19 % de su seguidor más inmediato, el centrista Andy Burnham.

Este triunfo arrollador entre las bases, del que él mismo se confesó hoy "sorprendido", le da un amplio mandato para impulsar su programa socialdemócrata y contra la austeridad, que le diferenció y le encumbró durante la campaña.

Tras décadas del Nuevo Laborismo capitaneado por el ex primer ministro Tony Blair, la victoria de Corbyn demuestra el apetito de los militantes y simpatizantes laboristas por un mensaje más claro de izquierdas.

Sin embargo, pese a contar con el apoyo de los afiliados, cuyo número se ha doblado hasta los 550.000, Corbyn afronta el reto de unir tras su proyecto a los 232 parlamentarios laboristas en la Cámara de los Comunes, muchos de los cuales han indicado que no quieren trabajar en su equipo de oposición.

El nuevo líder "debe formar un equipo representativo de todas las sensibilidades para evitar críticas de los ''tories'' de David Cameron de que representa un movimiento de extrema izquierda", declaró Tony Travers, catedrático de política de la London School of Economics (LSE).

Según Travers, Corbyn "afrontará divisiones y tensiones internas", pero "hay poco riesgo de cisma", pues los laboristas saben que, por el sistema electoral del Reino Unido, mayoritario uninominal, una separación "equivale a la aniquilación en las urnas".

Pese a sus tres décadas como diputado, el nuevo líder no tiene ninguna experiencia de gobierno o en primera línea política, por lo que puede flaquear en sus careos semanales con el primer ministro Cameron en los Comunes, donde debutará el miércoles, apunta el experto.

Además, con su pasado de diputado laborista rebelde, "podría tener serias dificultades para imponer la disciplina entre sus correligionarios", añade.

Corbyn necesitará el apoyo de su grupo parlamentario la próxima semana para oponerse al proyecto de ley conservador de restricción del derecho a huelga, así como en el caso de votarse una operación militar en Siria, lo que el nuevo líder rechaza, a diferencia de algunos de sus colegas.

También deberá convencerles de su plan económico, bautizado en inglés como "Corbynomics", que, además de la renacionalización de algunos servicios, aboga por introducir un programa de "expansión cuantitativa popular" para fomentar la inversión pública.

Según este programa, que ha dividido a los economistas británicos, el Banco de Inglaterra emitiría dinero para apoyar un Banco Público de Inversiones, que a su vez financiaría proyectos de infraestructuras y vivienda social.

El laborista Ken Livingstone, exalcalde de Londres, dijo hoy que esta iniciativa "tiene mucho sentido en la coyuntura actual" y valoró: "Si podemos imprimir dinero para salvar a los bancos, también podemos hacerlo para modernizar el país".

Otro punto controvertido es la posición de Corbyn respecto a la Unión Europea, pues, aunque no se ha declarado contrario, ha dicho que no votaría por quedarse en una UE que no protegiera a los más vulnerables y a los trabajadores.

Además de unir a su partido en el Parlamento, Corbyn tiene la misión de reconstruirlo en Escocia, donde los laboristas conservan un solo diputado tras el avance de los independentistas del Partido Nacionalista Escocés (SNP) en las generales del 7 de mayo.

"Sin Escocia, es improbable que el Partido Laborista pueda llegar al Gobierno", señala el profesor de la Universidad de Warwick Ben Clift.

Aun contando con el apoyo de todo el colectivo laborista, queda la duda de si Corbyn podría ganar unas elecciones y llegar a primer ministro: para ello, su mensaje contra los recortes y a favor de los más débiles debe llegar a todo el Reino Unido.