Hace un año, la aldea de Grabovo, en plena zona del conflicto bélico del este de Ucrania, sólo era conocida para sus habitantes, hasta que un Boeing malasio con 298 personas a bordo cayó allí derribado por un cohete.

Aquel 17 de julio, este pueblo sin nada especial, que había decidido que quería salir de Ucrania y pertenecer a la República Popular de Donetsk (RPD), saltó a la fama internacional a causa del fatídico vuelo MH17.

A la entrada, en el letrero con su nombre, alguien ha escrito con spray: "muerte a los fascistas", aunque aquí no hubo ningún fascista y, en cambio, la muerte lo inundó por todos los rincones.

Más adentro, otro letrero puesto por los residentes pide: "Parad y rezad. Aquí cayó el Boeing y en ese instante terrible se llevó las vidas".

En el monumento nos espera Vladímir Berezhnoi. Era el alcalde con Ucrania y lo sigue siendo con la RPD, ya que así lo quiso la gente. Está acostumbrado a los periodistas, a los investigadores, a la OSCE.

Las investigaciones sobre la autoría del derribo aún no han concluido, y mientras Kiev y Occidente culpan a los separatistas apoyados por Rusia, estos y Moscú achacan la responsabilidad a las fuerzas ucranianas.

El alcalde recuerda que cuando los insurgentes prorrusos ocuparon el territorio de la aldea para montar guardia sobre el campo abierto donde cayó el avión, le ordenaron que les dieran de comer, así que recolectó alimentos entre todos los habitantes.

Ayudó a recoger cuerpos y a entregar a los equipos de salvamento holandeses los efectos personales de los fallecidos, la mayoría de esa nacionalidad.

"Al principio no entendíamos que era un avión grande, no se veía a causa del fuego. Después, claro, vimos la bandera malasia, nos dimos cuenta de que era un Boeing, vimos los cuerpos. Luego llegó gente con pasamontañas y ordenaron a todo el mundo que se fuera. Montaron postes de cemento para impedir el paso y a partir de ahí no dejaron pasar a nadie, excepto a mí", recuerda el alcalde.

Después llegaron los expertos, no sabe quiénes concretamente, y las tareas de recuperación de restos han durado todo el año. No hace mucho, en abril encontró un pasaporte holandés, una bolsa, dinero y un teléfono móvil.

Vladímir lo entregó a los investigadores, aunque reconoce que se sintió un poco incómodo, porque al encontrarlo, lo encendieron y funcionó. "Imagínese, les llega a los familiares un mensaje de que el abonado está disponible, es horrible, un año después de la muerte de un ser querido".

Ahora el alcalde prepara la ceremonia que se celebrará en el pueblo el día 17, cuando el Gobierno de la RPD pondrá una lápida memorial en recuerdo de las víctimas, cuya leyenda aún es un secreto.

Marina vive en la aldea vecina de Passipnoe, que también se vio inundada literalmente por cadáveres. A diferencia de Grabovo, donde todos los cuerpos quedaron esparcidos por el campo, aquí cayeron directamente sobre las casas y los huertos de la gente.

Marina y su marido ya corrían a refugiarse en el sótano por un "bombardeo" cuando sobre el tejado de su casa aterrizó un cuerpo humano.

"Esto fue terrible. Pero la guerra también es terrible". Marina ya ha contado tantas veces su historia sobre el avión, que no parece una persona que haya vivido una tragedia, le preocupa más el futuro de sus hijos que la historia de la persona que cayó sobre su tejado.

Su vecino Alexander recuerda más detalles, cuenta que al principio pensaron que eran bombas, después decidieron que los ucranianos les lanzaban cadáveres, hasta que salieron y comprendieron lo ocurrido.

"Hubo un cuerpo que estuvo cuatro días sin que nadie lo recogiera, y no se podía tocar. Así estuvo la gente, cuatro días con un cadáver en su huerto. Y luego nos pidieron que ayudásemos a recogerlos, ya que somos gente dura, mineros, pero aún así fue muy difícil, sobre todo para las mujeres y los niños", afirma.

"Recuerdo aquella a aquella chica tirada en el suelo, guapa. Y había niños... Y luego llegaron algunos periodistas y sin pudor preguntaban si vivíamos mejor después del referéndum, dice en referencia a la consulta que organizaron los separatistas.

Cerca también vive Inna. Un cuerpo atravesó el techo de su cocina, también una chica, lo recuerda porque llevaba las uñas pintadas.

Nos enseña el lugar y recuerda aquel día, y es la primera persona en la aldea que nos dice: "yo quería saber quién era. Por la noche me acerqué, la miré, y pensé que ella también tendría a alguien, que quizás viajaba en el avión con sus hijos...".