Había ganas de salsa entre la gente. Pese a la variada oferta de la noche sabatina, -incluido el festival de jazz a unos pocos metros- más de 4.500 salseros respondieron a la llamada de su "faraón", el venezolano Oscar de León, y desempolvaron cencerros, claves y güiros para acudir a la plaza de los Alisios, en la trasera del Auditorio. Bien es cierto que su número quedó muy alejado del masivo acompañamiento instrumental de las grandes noches en otra plaza de Santa Cruz mítica para la música latina: la de toros. Y, por desgracia, no tuvo nada que ver una cosa con la otra.

La gran noche latina se hizo demasiado larga. Un ejemplo, el de la señora -la media de edad superó con creces los cuarenta- derrengada y ya con los zapatos colgados sobre la valla, sin que ni siquiera se atisbara al cabeza de cartel, cuando dijo: "Estoy muerta y no sé para que llevo tres horas aquí.".

No fue culpa de los cantantes que aparecieron a continuación sobre el escenario desde pasadas las nueve y media de la noche, sino de la falta de control de los "tempos" del concierto por la organización. Los Diablos Locos repitieron su fantástica parodia del último Carnaval "Fasnia, dónde estas", y calentaron el ambiente con especial presencia de la "resucitada" Celia Cruz. Más tarde, desfilaron la dominicana Shaki Ventura, los vocalistas de la orquesta Maracaibo, la local Anaé, el venezolano Enrique Barrios y la Orquesta S&C, dirigida por Iván Cacú.

Pero en lugar de entretener, añadieron grados a la caldera de la impaciencia y la ansiedad por ver al que tal vez sea uno de los últimos mitos vivos de la salsa.

Las circunstancias entre el público no eran las ideales para la espera. El hielo se acabó prácticamente de entrada en la dos únicas barras habilitadas, con escasísimo personal, y poco después pasó lo mismo con la cerveza. Los intentos desesperados por solucionar los problemas resultaron baldíos y masas de afectados por esta inesperada "ley seca" bloquearon los accesos a los chiringuitos.

Las bebidas se convirtieron en "caldos", más adecuados para la amanecida que otra cosa. Los baños higiénicos instalados dejaron de serlo en apenas unos minutos por razones obvias. Además, al principio del espectáculo no se podía salir del recinto una vez dentro, aunque luego se habilitaron unos sellos de tinta que hicieron de "cuños de salvoconducto".

¿Y Oscar de León? Pues en el camerino. Entre actuación y actuación de los que no merecieron algún que otro improperio y los silbidos por parte del respetable, unos presentadores que recurrieron con demasiada frecuencia al efectismo fácil del "bulla, Santa Cruz, bulla" o "dónde están los venezolanos" -había gente de todos lados, de fuera y de otras islas-, tal vez pensando que estaban en algún punto de Alemania o incluso de la España profunda en vez de en la que fuera una de las sedes de Primera División de la música latina en Europa en los años ochenta y primeros noventa del siglo pasado.

La velada siguió con constantes agradecimientos y autobombo para la organización y, en concreto, al productor Jairo Núñez. Hay que agradecerle el riesgo de invertir para traer a la isla figuras con este caché, lo haya merecido el sábado o no.

Cerca de la una de la mañana, tomaron por fin posiciones los miembros de la orquesta del gran sonero venezolano, el bigotón de Caracas, que aún se hizo esperar un poco más. Todo hubiera valido la pena: la espera, las incomodidades, el caldo... Todo, si Oscar hubiera sido aquel que recordaban muchos en los carnavales, el que literalmente enloquecía con una bandera canaria anudada al cuello y se lanzaba sobre la gente que empujaba las vallas en las primeras filas.

Pero es que las notas de "Llorarás", la canción que abrió el repertorio del "león" fueron bajando poco a poco. La característica y potente voz del sonero del mundo se quedó en un tono descendente que ya no abandonó en todo el resto del concierto. Y con demasiadas melodías de música popular de su tierra. Pocos excesos en el baile, otro de los puntos fuertes del caraqueño. Y pese a todo, la gente coreó "Castellano, que bueno baila usted" o "Calculadora" como si le fuera la vida. Eso, vida, le faltó al espectáculo, tal vez mediatizado por las expectativas de lo que se esperaba y lo que puede ofrecer quien ya ha cumplido hace unos días los 71 años.

El tono subió con el encuentro entre el original y los imitadores que casi lo superan. De León acabó tocando el contrabajo de cartón que la murga que dirige Maxi Carvajal "construyó" para la fiesta de este año. Y ahí se lució. Con el de verdad, menos. El sábado, ya el domingo, poco antes de las tres de la mañana acabó el concierto. El mejor Oscar de la plaza de Los Alisios fue el de Diablos Locos. Decepcionante como mínimo.