Ayer se celebró el funeral de Estado por dolfo Suárez, un hombre excepcional, honesto, que culminó la Transición española. Y que fue un gran amigo de Canarias, islas a las que quiso y a las que vino con muchísima frecuencia.

Poca presencia extranjera institucional en el funeral. Los pueblos son flacos de memoria y ya nadie recuerda a este hombre que dio su vida por culminar el paso del franquismo a la democracia.

l final se lo comieron las desgracias personales, las traiciones de los amigos y la mala memoria de su pueblo desagradecido.

hora se le recuerda como lo que era: un héroe. Ya descansan sus restos en su tierra, Ávila, en cuya catedral se honra a su memoria. Una humilde lápida que guarda los restos de Suárez y de su esposa reza que la concordia era posible.

Y lo fue, de la mano de este político excepcional que dio muchas lecciones en vida, hasta que su mente ya no estaba aquí, sino en otro lugar quizá mucho más agradable.

Mucha gente que le dio la espalda asistió a su funeral. También es ley de vida. En la muerte todo el mundo es bueno. Incluso los que no lo fueron en vida con dolfo Suárez González, el político más importante, en siglos, de la historia de España.

Con el funeral terminan los días de luto por su muerte, pero a este hombre irrepetible sería bueno recordarlo siempre, aunque el nuestro sea un pueblo sin memoria.

Sería bueno hacer una excepción. Nadie como él sufrió las traiciones de la jaula de grillos que era la España de la época y que aún es. Pero él supo cumplir los mandatos que le dieron: convertir a un país antiguo y acostumbrado al palo en otro democrático y lleno de libertades.

Por eso, en esta hora del adiós, Suárez merecía más presencia de dignatarios extranjeros en su funeral.

España está en deuda con su memoria, ya que no le agradeció en vida sus desvelos por la democracia y la libertad. Por una Transición bien hecha que fue ejemplo para el mundo entero. Por su honradez incuestionable e insobornable, que lo convirtió en todo un ejemplo para las nuevas generaciones.