Informan desde Venezuela que militares de alto rango están sacando a sus familias del país y mandándolas a Estados Unidos y a Europa. Quizá por eso el jefe del Comando Sur de los Estados Unidos y, por tanto, el Pentágono, ha dicho que corren noticias de fuertes tensiones en los cuarteles. Y es que, al parecer, los militares, o al menos una parte considerable del ejército, se han negado a reprimir las manifestaciones en la calle. De ahí que en el Táchira se hayan limitado a prevenir y que sea la Guardia Nacional Bolivariana y los comandos armados chavistas los que se encarguen de masacrar a su propio pueblo. ndignante.

A pesar de que Chávez mimó a las Fuerzas Armadas con sueldos altos, con economatos bien surtidos, con colegios para los hijos y con otras prebendas, todo tiene un límite. Y no se le tiene el mismo respeto a Chávez, que al fin y al cabo era un militar -llegó a teniente coronel- que a Maduro, que es un civil y, además, inculto y secuestrado por Diosdado Cabello y Rafael Ramírez, el primero presidente de la Asamblea Legislativa y el segundo hombre fuerte de PDVSA, la empresa que obtiene y exporta el petróleo en Venezuela.

La represión dura ya demasiado tiempo, los muertos siguen aumentando, los detenidos pasan de 1.200 y el pueblo se siente masacrado por un Gobierno déspota que no tiene ningún gesto con la oposición. Maduro no se da cuenta de que solo tiene con el régimen a medio país; el otro medio se le ha rebelado.

Y tampoco se da cuenta de que a ese medio país que no lo quiere no puede estarlo combatiendo con balas y gases lacrimógenos, lo que despierta ya la ira de gran parte de Latinoamérica y una tremenda preocupación en los Estados Unidos. Y no ha encontrado la reprobación de la OEA porque no se lo permiten Argentina, Nicaragua, Bolivia, Cuba y Ecuador, aliados de Maduro; más que de Maduro del extinto Chávez.

La situación de Venezuela es parecida a la de un polvorín con una mecha en la puerta. Hasta que no haya una oferta sincera de diálogo y un gesto, como la liberación inmediata de los presos políticos y el abastecimiento del país (hay una inflación del 56%, la más alta del mundo, en un país inmensamente rico), además de un adecuado control cambiario y de que el Gobierno pague sus deudas con las empresas, tampoco habrá paz.

Maduro lo sabe, pero él no manda. Mandan los Castro, Diosdado y Ramírez. He ahí el poder auténtico de Venezuela. ¿Hasta cuándo? Hasta que los militares digan basta. ¿Lo dirán? No desea nadie un golpe de estado militar, sino una revuelta civil seria y pacífica, apoyada por el ejército, y la convocatoria inmediata de elecciones limpias, transparentes y libres, avaladas por observadores imparciales. ¿Será posible? No lo sé, no lo sabe nadie.