1.- Ni Julio Fajardo ni yo conocemos ya a nadie, porque todo el mundo se ha teñido de color caoba. Es patético ver a la gente de mi edad coloreada como el culo de un macaco. Vas a un entierro y te colocas en la última fila de la bancada y no ves sino un paisaje tipo campo de cacao en Guinea Ecuatorial. Toda la generación mía se ha teñido el pelo, seguramente por consejo de sus esposas viejas, a las que ahora les ha dado por ponerse leggings, lo cual consigue el efecto contrario al que se pretende: se marcan las varices (que en Venezuela llaman várices, vaya horterada) y se realzan los bultos en el culo. Los leggings les quedan bien a las veinte y treinta añeras. Cuando se cumplen los cuarenta hay que mandarlos a tomar por saco. Ahora todo el mundo le da al "Just for men" que es un primor. Una vez me teñí yo para la televisión y me puse tanto "Just for men" que se me volvió negro el cuero cabelludo. Miré en la Internet a ver cómo me lo podía quitar y tuve una semana a mi sobrino Sergio, que fue peluquero en Holanda, frotándome el tolmo con lejía hasta que pude salir a la calle con la cabeza bien alta, pero enrojecida con el frotamiento.

2.- En una época le daba a la gente por ponerse peluca. Yo la usé en el cuartel para huirle a la Policía Militar, pero cuando la llevé durante cuatro o cinco días notaba yo que me entraban pelín maneras de maricón, así que la boté a la basura no fuera que aquello prendiera. ¡Uy! No soporto a esos tipos que se visten de mujer en carnavales. En cierta ocasión me vestí de monja, me puse unas enormes tetas, salí a la calle y la tendencia fue arrimarme al muro de las Catalinas. Así que como soy hombre de tendencias, paso y no me tiento, no sea que vaya a acabar en un convento o mucho peor.

3.- Pero lo del caoba sí es tendencia. "¿No me conoces, soy Fulano de Tal?". Y te ves a un ingeniero hecho y derecho con el tinte extendido por un pelo abrillantado que da asco verle y con ese color propio de los solterones de los sesenta. Aquellos que iban a la playa con el tinte puesto y el sol les provocaba unos horrendos chorretes que bajaban por las sienes y terminaban germinando en el cogote. Y cuando se reúnen -en entierros, bodas, parties familiares-, da pena. No hay nada peor que los viejos que le dan la vuelta a la biografía y acaban caobas perdidos.

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