Como broma para el día de los inocentes, de acuerdo; fuera de esa jolgoriosa fecha suenan a chiste malo las declaraciones de Tomás Mesa, alcalde de San Juan de la Rambla, en el sentido de que no piensa dimitir por la fruslería de que lo cogieran al volante con una tasa de alcohol en sus privadas venas que superaba en seis veces el límite permitido. Privadas venas y arterias porque este edil quiere tanto a su pueblo -eso ha dicho-, que confía en que la gente entienda que San Juan de la Rambla no debe ser víctima "de los actos que realice una persona dentro del contexto de su vida privada, sea esa persona alcalde o vecino". Desde luego que sí, señor Mesa; faltaría más.

No quiero aventurar en qué acabará esta historia pero empiezo a temérmelo. Lo de esperar al juicio antes de exigirle que dimita como alcalde y entregue su acta de concejal -postura adoptada por el PP- me parece bien. Pero en el ínterin media el resultado de la prueba de alcoholemia y la circunstancia, en absoluto intrascendente, de que el reo provocase un accidente en el que se vieron implicados tres vehículos y que causó lesiones, afortunadamente leves, a varias personas. Lo mismo podía haberse llevado por delante a una familia que cruzaba por un paso de peatones sin que tampoco, muy probablemente, encontrase Mesa motivo alguno para dimitir.

Pedirle a estas alturas decencia política al PP es lo mismo que pedírsela al PSOE, a o a cualquier otro partido, ya sea en el ámbito regional o nacional; pedirle honestidad, o al menos decoro, a una formación política, sea la que sea, se me antoja tan consistente como pedirle peras al olmo. No obstante, todavía existen unos límites, por exiguos que sean, imposibles de cruzar en sentido descendente; es decir, camino de las cloacas. Espero que el PP tenga esa mínima moralidad y expulse al regidor norteño si se niega a renunciar a su cargo. Buscar subterfugios para que continúe y con ello conservar una alcaldía no les haría perder votos ni en La Rambla, ni en ninguna otra localidad. Ni siquiera verían mermada su cuota de sufragios en la lista del abildo o en la correspondiente al Parlamento. No perderían votos pero aniquilarían los restos moleculares de ética que todavía conservan. Algo, insistió, también aplicable a cualquier partido.

La culpa, sin embargo, no la tienen los partidos. La tienen quienes votan por el PP, el PSOE, o los de la calle de arriba por la superflua razón de que siempre lo han hecho. Una querencia absurda -de necios leales están llenos los hospitales- que conocen muy bien los políticos. Por eso se permiten mearles encima a sus electores cada vez que les da la gana. Si el PP o el PSOE se encontrasen con las urnas vacías en las próximas elecciones por mantener a un alcalde de momento manifiestamente infractor, o por expulsar a unos concejales -o a casi todo el partido en una isla- a cuenta de unas legítimas mociones de censura, seguramente tendrían más cuidado a la hora de no cometer semejantes felonías. Pero no van a encontrar las urnas vacías.

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