Con mandato y medio de retraso. Me acuerdo, en 2007, cuando don Ricardo dudaba si repetir como cabeza de lista, y yo le decía que, puesto a retirarse, que aprovechara para meterle mano a los asuntos pendientes -necesarios y pospuestos sine die- que tendrían una enconada contestación social o sindical, que, metido en faena, sin la presión de la reelección ni la esclavitud de los votos, cumpliera con/por el futuro de Tenerife. Y hablamos de Titsa y su déficit, de la inaplazable incineradora de residuos para sustituir al polvorín enterrado en Arico, entre otros. No tuvo valor.

El don. En esta última, mientras el malogrado pacto entre PP y PSOE se aireaba en prensa, desencajado, hacía alusión al carácter especial de las elecciones a los cabildos insulares, cuyo presidente es el candidato más votado sin obligación de ser investido por el pleno. En fin. Ahora abdica al ritmo clásico de CC. Ni siquiera me parece mal, que dimita -noble gesto de responsabilidad reservado a los Papas-, después de más de cuarto de siglo dedicado a la política y con una situación socioeconómica en la isla que mucho tiene que ver con sus propias decisiones; no encontrará (él ni nosotros) a ningún otro a quien echarle la culpa. Tampoco me consuela, que conste, hubiera preferido otra conducta. Porque la herencia nos costará muy cara: haber tratado a la agricultura como un bien cultural, y no como una actividad económica; el entramado de empresas públicas y participaciones en negocios de toda índole, o el elefantismo en su estructura administrativa. Le saldrá cara al ciudadano, se entiende. Queda todavía por explicar por qué se pagó tantísimo por el Auditorio Adán Martín, las facturas del TEA o el importe desorbitado de los proyectos de los trenes del norte y del sur.

Entidades locales. Corren otros tiempos. Con la nueva ley tendrán que ceñirse a su primitiva condición funcionarial y prescindir de remunerar a todo el elenco político. Tiene buena pinta.

Sim City. Dicen que el nuevo anteproyecto prevé que, junto al bastón de mando, el recién nombrado alcalde reciba un CD con el Sim City, un juego para el ordenador que permite emular la gestión de una ciudad, un simulador en toda regla, para entendernos. El jugador decide igual que lo haría un alcalde: construye calles, parques y jardines, propone impuestos municipales, contrata los servicios básicos, incrementa el número de policías, permite la implantación de negocios, etcétera. Cada acción tiene una repercusión y la máquina te hace saber cuál es el nivel de satisfacción de los vecinos, la actividad económica que se genera, incluso cuántos impuestos se recauda, que permitirán, o no, hacer más cosas. Si la ciudad tiene poco atractivo, el populacho se queja; si no existen las infraestructuras básicas, no se establecen nuevas empresas: el algoritmo funciona con el criterio del libre mercado condicionado por el propio jugador. Dicen también que durante el primer trimestre de cada legislatura el alcalde deberá aprender a usar esta aplicación informática, introducir su propio programa electoral, ver qué pasa y remitirlo al ministerio para su verificación. La tecnología al servicio de las personas como nunca antes; una potente herramienta predictiva, claro, que de eso va la política.

Santa Cruz. Lo que más impresiona del juego es la reacción de la ciudadanía cuando el jugador se equivoca y la ciudad deja de funcionar o carece de atractivos. Los habitantes se van. Por el contrario, cuando las cosas van bien la población crece y ese propio crecimiento impulsa más actividad. Dos reflexiones al caso. Una, limitar la residencia, que algunos nacionalistas proponen como la salvación de Canarias, nos hará más pobres. Dos, cuando en Santa Cruz o en El Hierro cada año se pierde población, alguien ha perdido la partida.

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