EL ANTEPROYECTO de ley espera su turno. No se cuestiona si conviene prorrogarla o no -que parece que sí-, sino cuáles deben ser las medidas que permitan mejorar la calidad de la oferta turística y renovar la planta hotelera sin incrementar el número de camas. De una primera lectura se desprende la voluntad del legislador de invertir la proporción entre plazas hoteleras y extrahoteleras en la provincia oriental, mantener las limitaciones a los nuevos proyectos para que sean de cinco estrellas y potenciar la policía turística como garante de la normativa; pues muy bien. Aunque me cuesta aceptarlo sin más, sin preguntarnos si una ley debe encorsetar, léase dirigir, todo un sector económico y por qué son estos y no otros los criterios a tener en cuenta.

A mi impertinencia el promotor de la idea podría responder que interesa porque nos ha ido bien; una afirmación incontestable si fuera verdad, claro, si no existiera la terrorífica estadística que correlaciona el número de turistas y el de parados (a más turistas, más parados) o que estos últimos sean ya un tercio de la población activa.

Desde la buena fe me da que esto de la moratoria es un "punto ciego", otro dogma del que nunca sabremos por qué. La intervención en las reglas del mercado de bienes o servicios, el que sea y sin excepciones, produce siempre efectos que se pagan caros; pregunte a su economista de cabecera. Entiendo las ganas de participar más, pensar que desde la administración se puede y se debe tomar la iniciativa, y no solo acondicionar y mantener el espacio público o apoyar la marca del destino: la política es tan, tan aburrida. Cualquier gobierno, respecto a la actividad económica en sí misma, que se limite a perseguir el fraude y la corrupción; una tarea enorme, por cierto, y que sigue pendiente.

Desde la mala fe veo una maniobra de los que ya están en el negocio para neutralizar competidores. No hay suelo turístico para nuevos proyectos y no hay posibilidad para imaginar algo distinto a las cinco estrellas. Para rehabilitar la infraestructura obsoleta, además de incentivos, bastaría liberalizar la competencia: adaptarse o morir, ya lo dijo Darwin. Y digo yo: ¿no tenemos miles de viviendas desocupadas, promociones a medias y enormes bolsas de suelo residencial -cuando aquello no se hablaba de la capacidad de carga, no debe de ser tan importante-, no está Internet con sus grandes posibilidades de contratación directa y de segmentación del cliente? Pues no sé qué impide utilizar suelo residencial para el uso turístico (son usos reversibles y compatibles) y de paso canalizar inversiones y crear muchos puestos de trabajo. No es una pregunta retórica.

www.pablozurita.es