Botas, mascarilla, arma, un mono aislante, linterna y unos guantes para no dejar ni huella, no conforman un "modelito" para atracar un banco, es la indumentaria de la Unidad de Subsuelo de la Policía Nacional que realiza el "trabajo sucio" de la Ley bajo nuestro pies.

Colectores, alcantarillas, desagües y sumideros forman parte del día a día de los seis agentes que conforman la unidad en Zaragoza, quienes realizan "el mismo trabajo que el policía de superficie, aunque un poco más guarro", ironiza Ángel.

Ángel es subinspector y jefe de la unidad, y junto a él trabaja Javier, el más joven, que es oficial de policía y jefe de equipo, y los agentes Pedro, Carlos, otro Javier y otro Ángel, que "acaba de ser padre y se ha cogido unos días", detalla su tocayo.

Son "los hombres de Ángel", y a ellos se suma Antonio, "la rata más grande", bromea el jefe, porque en realidad es el más veterano, que ya ha pasado a la segunda actividad.

Ocupan un pequeño despacho en cuyas paredes cuelgan los artículos que han recopilado sobre sus actuaciones, algunas fotos y pequeñas figuras de roedores, son guiños a "un trabajo especial", que a muchos les atrae, pero del que pocos se apasionan.

Las requisas, o inspecciones, son diarias y para realizarlas se atañen a un planning semanal en los que se incluyen edificios públicos, comisarías o las oficinas principales de los bancos que creen que pueden tener cajas de seguridad, para evitar los butrones.

Aunque los dispositivos más exhaustivos se realizan para la protección de personalidades o cuando se desarrolla algún acto importante como reuniones interministeriales, las visitas reales o grandes actos deportivos, e incluyen desde las sedes donde se reúnen a los hoteles donde se alojan.

Las primeras acciones que se llevaron a cabo fueron "inspecciones contra el robo de cobre", igual que ahora, aunque "en Zaragoza no existe ese problema en el subsuelo", asegura Ángel, y se centran en combatir la intrusión, el terrorismo y el sabotaje.

Conocen su medio, pero afirman que nunca se han planteado cuantos kilómetros existen bajo tierra en Zaragoza, "puede que unos 2.000", aventura Ángel, aunque asegura que no todo es "visitable".

Por la mañana se permite hacer deporte, porque las alcantarillas bajo tierra "no suelen ser muy altas" y de andar agachados "se producen lesiones en las rodillas y las lumbares".

De hecho, "las medidas mínimas para el paso de un hombre son 50 por 150 centímetros", afirma Ángel, aunque "si hablamos de un tema de salvamento de personas vivas", ellos se arrastran "por donde haga falta".

Solo dos agentes bajan, explica Ángel, por escaleras de 2, 3 o 15 metros, algunas de ellas húmedas y deslizantes, y a veces con ayuda de un trípode y una cuerda de seguridad, y el resto se queda arriba y espera la señal.

No obstante, el caudal es peligroso, si va más cargado de lo normal puede llevarse a una persona, "y no hay que olvidar que es caca", por lo que la seguridad contra infecciones es máxima.

Sobre lo que hay allí abajo, todos son claros: ni cocodrilos o caimanes gigantes, ni una raza de pobladores subterráneos, es más "en Zaragoza lo normal es no encontrar nada".

A veces se encuentran alguna jeringuilla o una cartera, pero afirman que solo hay cucarachas y "alguna rata", un indicador que, por otro lado, es beneficioso porque "si hay ratas quiere decir que hay oxígeno".

Para evitar problemas con el oxígeno o la concentración de gases llevan un detector que pita cuando la situación es peligrosa, y la respuesta del agente debe ser clara: correr, porque "con dos bocanadas te quedas ahí abajo".