NO COMPRENDEMOS cómo a estas alturas los vecinos de Santa Cruz no han apedreado la fachada del Ayuntamiento por lo que ha hecho el alcalde. Hemos querido apoyar a José Manuel Bermúdez. Es cierto que nunca fue nuestro candidato preferido para regir los destinos de una ciudad tan importante como lo es la capital tinerfeña pero, una vez aupado al puesto de primer edil mediante artimañas de la ley electoral -no fue CC sino el PP el partido que ganó las elecciones en Santa Cruz, en Tenerife y en Canarias-, le hemos dado un sobrado margen de confianza. Éramos conscientes de que el pacto con los socialistas fue impuesto por Paulino Rivero. Rivero es un necio y un tirano político que ha sacrificado a Tenerife, entregando a Las Palmas a sus tres principales instituciones, para mantenerse como presidente del Gobierno regional. Solo por esta acción teníamos suficientes motivos para repudiar a Bermúdez. Sin embargo, insistimos, durante meses hemos sido pacientes con él.

Una paciencia cuyo vaso ha rebosado con el nombramiento como primer teniente de alcalde del mayor enemigo de la ciudad. Es inadmisible que el culpable de que Santa Cruz carezca de una playa en condiciones, de que no salga adelante el Plan General y de que incluso se hable repetidamente de derribar una obra del proyecto de Perrault ya iniciada sea el alcalde de hecho, ya que Bermúdez no da la talla para ese puesto. Bermúdez se limitará a partir de ahora a firmar los decretos que le ponga delante Martín como hacía antes con los que le presentaba Julio Pérez. Bermúdez no tiene altura política suficiente para ser alcalde. Al menos con Julio Pérez la ciudad estaba en manos de un político sensato, pese a la obligada obediencia a su partido. Es decir, a Las Palmas, pues es en la tercera isla donde tienen los socialistas su mando regional. Ahora, en cambio, Santa Cruz estará dirigida desde la sombra por un abogado picapleitos que es quien le dicta a Martín lo que debe hacer. En consecuencia, no exageramos al anunciar que de un momento a otro la indignación popular acabará a pedradas con el edificio del Ayuntamiento. La casa de los dragos, como la llamó estúpidamente un periodista también de muy poca altura.

Nos cuentan que Bermúdez se pavonea en actos oficiales y extraoficiales acompañado por dos guardaespaldas. Chiquito personaje para requerir escolta. ¿Es que teme la ira que está provocando en los chicharreros? Si es así, tienen muy fácil remedio sus temores. La basta con dimitir y permitir que Cristina Tavío acceda a la alcaldía ya que fue ella y no él -lo repetimos una vez más- quien ganó las elecciones. Santa Cruz no necesita un alcalde para figurar; necesita a alguien que trabaje para resolver los problemas de sus habitantes y para devolverle el esplendor que tuvo en otras épocas de grandes mandatarios municipales como lo fueron, entre otros, García Sanabria o Acuña Dorta.

Y todo por culpa de Paulino Rivero. ¿Qué le debe Santa Cruz, Tenerife y toda Canarias a este inútil político que solo tiene manteca dentro de la cabeza? ¿Por qué no dimite de una vez y se exilia, y de paso se lleva con él a sus secuaces políticos para que los canarios puedan salir del pozo de miseria al que los han arrojado él y su esposa, la goda política Ángela Mena?

Si esto sigue así, pronto tendrá que producirse una intervención policial, o incluso militar, porque el pueblo ya no aguanta más. La morralla política que nos gobierna es similar a la que se sienta en los escaños del Parlamento de Canarias; una institución respetable convertida en antro político por culpa de los bolsilleros que se sientan en sus escaños. ¿Por qué hay que cerrar quirófanos en los hospitales, pese a las crecientes listas de espera, y no se cierra el Parlamento hasta que lleguen mejores tiempos? Lo más adecuado sería clausurarlo por inservible hasta que Canarias sea una nación soberana. Será entonces y no antes cuando de esta Cámara legislativa salgan las leyes que necesitamos los canarios y no las que les convienen a los peninsulares, que es lo que infamemente ocurre ahora. El Parlamento solo sirve para que el necio político se dirija a los diputados regionales gesticulando y moviendo los brazos tratando de parecer inteligente, cuando en realidad no es más que un ignorante político al que nadie le hace ya caso, salvo los acólitos que lo rodean y secundan sus fechorías.