A BASE de repetirlo parece que ya nos queda claro. Lo de la crisis, eso de que vivimos inmersos en ella. Según los gurús la cosa va para largo, aunque quién se fía. En cualquier caso, bastante light, pero no me malinterprete: dígale usted a mi abuela que estamos en crisis, qué risa, ella que sufrió la postguerra con las cartillas de racionamiento y la estrechez... todo es relativo. Mas no se deje contagiar, la felicidad de las personas es un valor absoluto, créame y sea feliz.

Todavía no hemos tocado fondo ni en lo público ni en lo privado ni en lo colectivo ni en lo individual. Tantas ideas del pasado, dogmas de fe que nos impiden decidir bien para actuar en este entorno cambiante, porque no sobreviven los más fuertes sino los que evolucionan y se adaptan a las nuevas condiciones. Y esto no lo digo yo, la teoría es de Darwin.

La estructura territorial del Estado por provincias, diseñada en el siglo XIX, se superpone a la autonómica del XX y ambas a la europeísta del XXI. La tecnología -y no la política, ojo- hace inútiles, por redundantes, los municipios pequeños que tenían su sentido para dar servicio cercano al ciudadano. Problemas de obsolescencia. Igual ocurrió con la máquina de vapor, los coches de caballos o la fotografía con película, seguro que usted se acuerda. El arriero se resiste a aprender mecánica y electrónica; en el camino nos encontraremos.

En el mundo de la empresa toca amortizar las inversiones pensadas para el crecimiento exponencial, contabilizar los activos a su valor real y asumir las pérdidas, en su caso, cuanto antes. Y empezar a replantear el negocio desde cero porque los clientes son otros y las relaciones han cambiado, con los bancos, con los proveedores y con los trabajadores. Locales y naves más ilíquidos que nunca, ya solo valen por el dinero que su uso genere, si es que alguien obtiene beneficio. En esta época de incertidumbre triunfará el que ponga a jugar los fondos propios y las nuevas ideas.

Valores. En lo colectivo mantenemos todavía una postura permisiva con el fraude y la economía sumergida. Muchos, con nuestra conducta individual, somos cómplices y encubridores por inacción, por pereza o por vergüenza. Eso sí, estamos todos de acuerdo en que la culpa es de los que no vigilan, no inspeccionan y no sancionan; a mí no me mire. El perfeccionamiento de la conciencia responsable del individuo, una tarea improrrogable. Nada extraño, por cierto, la oposición al cambio es tan humana como la avaricia: qué fácil corremos hacia adelante sin miedo al abismo y cuánto nos cuesta dar un pasito atrás. Un pequeño paso atrás para coger impulso.

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