"NUESTRA situación es complicada y agobiante, pero macroeconómicamente no es una catástrofe". Me sigue pareciendo más creíble una afirmación de un empresario que la de un político. No es que confíe a pie juntillas en lo que dice la patronal, pero como a algo hay que agarrarse, prefiero dar por cierta esta reflexión de Juan Rosell, presidente de la CEOE, hecha en una entrevista publicada por un diario nacional.

En esta época del año, adentrados ya en el agosto profundo, a uno le apetece escribir de cosas que no guarden relación con la política, la economía o la crisis. Vano propósito porque la situación española se impone al chisme de los famosos vistos en bermudas al pie de cualquier chiringuito playero, o al de las famosas luciéndose con su nueva pareja. Ahora nadie tiene un marido, una esposa, un novio o una amante; ahora se tiene una pareja. Con frecuencia me pregunto si la solución de lo que tenemos encima no pasa por abandonar un montón de soplapolleces adquiridas en pos de una modernidad irreal, amén de imbécil, pero no son estos días caniculares, con sus calores sobrevenidos, los apropiados para una catarsis colectiva. Acaso sea mejor concedernos un respiro a la autocrítica y agarrarnos a la esperanza de que no todo está perdido. O, incluso, de que habiendo perdido mucho, nos queda la posibilidad de recuperar buena parte del terreno devastado.

Recuerda Rosell que España debe hacer frente a necesidades de tesorería y devolución de bonos y letras hasta final de año por valor de unos 78.000 millones de euros, pero Francia tiene el doble de vencimientos e Italia muchísimo más. "No hay que exagerar ese pánico escénico que tenemos todos los días; la situación no está controlada pero tenemos mecanismos de maniobra para poder hacerlo, aunque no en 24 horas". No ha añadido el presidente de la patronal, aunque sin duda está al tanto del dato porque es de sobra conocido, que la deuda pública alemana es de tal calibre, que frente a ella la española parece de juguete. ¿Por qué, entonces, esos ataques furibundos contra España, mientras sus vecinos comunitarios se van de rositas?

Técnicamente no hay ninguna razón para ello. Tal vez la única sea nuestra elevada tasa de paro. Un desempleo, hablemos claro, sustentado en un sistema excesivamente proteccionista que no fomenta la búsqueda activa de ocupación sino todo lo contrario. Esto se lo oí decir a Ramón Tamames en una conferencia al comienzo de los noventa. Es decir, antes de que empezaran los años de bonanza. Una reflexión mucho más vigente en la actualidad porque cada día que pasa estoy más convencido que de los 5.600.000 parados según el censo oficial, más de tres millones no está trabajando en algo, en lo que sea, simplemente porque no les da la gana de trabajar; porque el único empleo que se aprecia en España es el público; el puesto de funcionario de ocho a tres de lunes a viernes. O, en su defecto, el de bombero, el de guindilla municipal o el de celador en un hospital de cualquier servicio periférico de salud y otros curros similares. Tres millones de gandules que, al margen de políticos aberrantes y banqueros felones, son el núcleo de nuestro gran problema

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