LA NUEVA peseta verá la luz para acabar con nuestra agonía. Es inminente. El cambio del papel moneda se hará en tres meses, sin obligación de dar explicaciones: una peseta por cada euro. Aflorará todo el dinero negro y el que está en las cajas fuertes y bajo los colchones. El billete de veinte será verde, con el padre Teide en el reverso, mas no habrá ni de doscientas ni de quinientas, para no repetir errores. Cotizará depreciada en un veinte por ciento en el mercado de divisas desde el primer momento; esa es la idea, devaluar la moneda y no los sueldos. Y hay esperanza. Será la salvación del sistema financiero español, de la economía patria. El resurgir del entusiasmo nacional. Una medida rápida, precisa, de efecto instantáneo, con escasos efectos secundarios; muchos menos que esta recalcitrante política de recortes.

Engrase para la maquinaria ociosa, que arranque, más madera, y volveremos a competir en el mercado mundial. Y desde China, con sus dólares, los chinos -señor Roig- comprarán los Seat fabricados en Martorell, los Clíos de Pucela y los Corsas de Figueruelas, todos equipados con neumáticos Michelín "Made in Spain". El regreso de Zara, a lo grande. Costa Cruceros encargará sus naves en Cádiz y Rusia sus trenes en Las Matas. En nada, las playas del Levante se llenarán de jubilados nórdicos, teutones y británicos cuyas pensiones pagarán con holgura sus fantásticas residencias de invierno para aplacar sus achaques reumáticos; adiós al parque inmobiliario. El gazpacho será la bebida de moda en Europa, vitaminado, sano y barato; el vino, español, por calidad y precio, y el jamón, de bellota. Fin al paro obrero, a los subsidios y a la miseria.

Llegaremos a primera potencia turística mundial: qué bien que se pasa en España y olé, y alegría, amigo guiri, aprenda a divertirse y sea feliz. Y viviremos como españoles, en la calle, de buen humor. No seremos ricos para viajar por el mundo, pero a quién le importa si con una peseta -de las nuevas- me tomo una caña, Dorada, claro; a mí nunca me gustó esa cerveza importada. Quisimos ser anglosajones pero no somos así; esa guerra financiera no es nuestra guerra. Trabajamos como el que más, que alguien me lo refute, pero también sabemos disfrutar. Y con los dólares de los coches, de la verdura y del jamón pagaremos el petróleo; y con los euros del turismo, la deuda pública y sus intereses.

Nuestro gris presidente supo que ese era el camino al ver la cara de Merkel cuando le preguntó por la peseta, "¿Te acuerdas, Angela?", y bromeó con el disparatado plan de futuro para España que sus asesores le habían puesto sobre la mesa.

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