Los escollos que los universitarios encuentran en su trayectoria académica pueden ser asumidos como un fracaso, como un simple tropezón o como un desafío que debe afrontarse. "No todos los alumnos interpretan o evalúan igual un suspenso", explica Manuel Rosales, docente del departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de La Laguna (ULL), quien anima a "no dar tanta importancia a esta circunstancia" y a verla "como un reto".

Las dificultades en los estudios pueden generar problemas psicológicos, algo que Rosales no niega, aunque prefiere destacar cómo los universitarios se enfrentan a estas situaciones. Aclara, en primer lugar, que estos problemas no siempre se derivan de lo académico, sino que responden a factores personales o familiares.

Cuando la ansiedad o la depresión están directamente relacionadas con la actividad universitaria, hay varias situaciones de riesgo que pueden favorecer su aparición, detalla Rosales. En primer lugar, existen crisis de adaptación, "alumnos que no terminan de adquirir las habilidades que el proceso académico les pide, como la autonomía o la gestión y el control del esfuerzo", algo en lo que puede tardarse más o menos tiempo en función del alumno.

Las expectativas de las familias, que "a veces no son realistas", en ocasiones constituyen otro factor conflictivo. "El alumno no lo afronta con su familia y a veces puede llegar a ocultar la verdadera situación de su expediente académico durante años, generando así niveles grandísimos de ansiedad".

Los contratiempos en la vida personal o sentimental -en una etapa "complicada" del desarrollo del individuo- también influyen en los resultados académicos, aunque el afectado no suele percibirlo así, advierte Manuel Rosales. "La estabilidad emocional del sujeto tiene una incidencia mayor de lo que se supone, aunque muchas veces pasa desapercibido".

Un caso peculiar es el de estudiantes con elevado nivel de autoexigencia y que generalmente obtienen buenos resultados. "Aprueban, pero tienen un cierto sufrimiento en el proceso". "El problema es -puntualiza el profesor- cuando se topan con un suspenso".

En estas situaciones, se producen reacciones "muy curiosas". Hay quienes continúan estudiando y esforzándose pero, pocos días antes del examen, deciden no presentarse, pues el resultado académico está ligado a la percepción de su propia competencia. Otros no se preparan lo suficiente y se examinan, de modo que la falta de preparación se convierte en una justificación del suspenso. Otros se autojustifican -"esto no es lo mío", "me lo puedo preparar más adelante"- y con frecuencia acaban abandonando.

La situación de riesgo proviene, en otras ocasiones, de los motivos económicos. Se trata de alumnos con becas, de forma que "el rendimiento se asocia al hecho de poder seguir estudiando".

En unos y otros casos, Manuel Rosales propone relativizar el suspenso y aplicar "tres reglas de oro": marcarse objetivos realistas, hacer una buena planificación y potenciar las habilidades de automotivación. A estas normas, el docente añade una cuarta: "interpretar el suspenso de forma desdramatizada".

Los problemas psicológicos siguen una secuencia que va del estrés a la ansiedad y a veces desemboca en la depresión. "Pero casi siempre se quedan en la ansiedad", aclara Rosales. En cualquier caso, un nivel intermedio de estrés o ansiedad puede actuar como elemento dinamizador de recursos en el sujeto. Al fin y al cabo, "es necesario soportar un cierto nivel de estrés, porque es una preparación para la vida".