"La confianza es una hipótesis sobre la conducta futura del otro"

(Georg Simmel)

AUNQUE sea injusto generalizar, estará conmigo: en este país nuestro la confianza hace tiempo que se esfumó; y es que nadie confía en nadie. No se confía en la policía, a la que se le atribuye una motivación añadida y oscura, distinta al mero esclarecimiento de los hechos delictivos; ni en los jueces, criticados desde dentro y desde fuera por ser parciales; ni en los políticos, tildados de ineptos, cuanto menos, o de corruptos, incapaces de velar por el interés general, a los que solo se les perdona por la convicción popular que asegura que todos, en su pellejo, haríamos lo mismo. Tampoco confiamos en los maestros, a los que acusamos de adoctrinar a nuestros hijos, ni en los profesores universitarios, fruto de la endogamia y el inmovilismo, que no saben nada de la vida; ni en los poetas, por "hippies".

No confiamos en los periodistas ni en sus investigaciones, como si el premio de una primicia no fuera suficiente combustible para indagar en la verdad. Hasta desconfiamos de los vendedores ambulantes que despachan perritos calientes, como si tuvieran un plan maquiavélico para intoxicarnos a todos y abandonar su negocio. Ni en los médicos que pretenden vacunarnos en masa para beneficio de las farmacéuticas. Y claro, tampoco confiamos en los bancos: malas bestias que no son capaces de prestar mis ahorros a esos empresarios que están a punto de hundirse por falta de crédito.

Pensará que soy un ingenuo, que hoy en día ya no se puede, que hay mucho caradura sinvergüenza que se aprovecha, que me acuerde de Ruiz-Mateos o del Fórum Filatélico, a quienes confiamos nuestro dinero por la promesa de unos enormes y suculentos intereses...

Aunque estará conmigo también en que lo más significativo es lo poco que confiamos en nosotros mismos. Y entonces pedimos empleo fijo y una alta indemnización, convencidos de que nuestro jefe no nos querría si nos pudiera despedir gratis, o como si a ninguna otra empresa le pudiera interesar nuestra experiencia y profesionalidad. Y tantos que no confían en sí mismos, que se aferran a relaciones personales destructivas y renuncian a la posibilidad de encontrar el verdadero amor.

La confianza como hipótesis de conducta -nuestra y de todos- que se fundamenta en derechos y obligaciones, qué bueno. Porque en realidad son muy pocos los que actúan al margen, son minoría de quienes habría que desconfiar y el sistema dispone de mecanismos para mantenerlos a raya. Urge confiar en el sistema. Confiar se me antoja un excelente antídoto frente a la adversidad: que cada cual actúe con responsabilidad en la certeza de que todos los demás haremos lo mismo. Confíe.

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