Las carrozas han ido a menos, y no me refiero a la puretada en la que pronto nos incluirán si es que no lo han hecho quienes andan atentos a los relatos del ayer que con frecuencia citamos. Nuestro Carnaval supo recuperar en su pirueta de disfraz como Fiestas de Invierno el buen hacer de los carrocistas, artistas que con dilatado historial participaban en las fiestas de La Cruz, en el primaveral Mayo. Antes de las carrozas el Carnaval se distinguía por la camellada, cortejo anunciador de la fiesta que a lomos de camellos discurría por las calles. Nada que ver con la acepción que da al término la Real Academia aceptando el popular distingo de aquellos que trafican con drogas tóxicas en la venta al por menor. La camellada servía para anunciar los bailes, como el que tuvo lugar en el Guimerá. En 1904. El Diario de Tenerife da cuenta de que 18 camellos participaron en el cortejo, para confluir en el Gobierno Civil, sito en la Plaza de la Constitución, y que allí la armaron, en los salones del hoy triste y solo edificio de Los Carta. La máxima Autoridad invitó a los carnavaleros al alegre encuentro. Sobre los camellos iban Pierrot, Colombina, Mefistófeles, arlequines, mahometanos, curas y obispos, la aristocracia, comuneros, rusos, japoneses... Todos con hachones de viento y bengalas para extender la alegría por las calles de un Santa Cruz liberal y hospitalario. El asalto duró hasta las tres de la madrugada y sirvió de anuncio para el baile en el Guimerá que había organizado el Club Tinerfeño. Hubo otros asaltos como relata Antonio Marti citando en especial el que junto a otros amigos hacía cada año a la casa de doña Amparo Sansón (tía-abuela de Ricardo Melchior), donde siempre fueron agasajados con sabrosas torrijas, vinos de La Victoria y de Güímar, mistelas, bizcochos palmeros, queso herreño... y con el reconfortante caldo de gallina campera. Las carrozas de 1964 (IV Fiestas de Invierno) salían de los muchos talleres de carpintería que existían en la capital. El recordado Manuel Perdomo Afonso cita en La Tarde el ambiente previo que se percibía ante la llegada de las carrozas. El ingenio artesanal de sus artífices y la dedicación de todo el equipo hicieron posible que las calles se llenaran de sorprendentes obras de arte. Manuel Alonso, que se había destacado con la cabalgata de la Fiesta de la Victoria de 1939, preparó en la nave de la Junta de Obras del Puerto cuatro carrozas: Pierrot, de Los Fregolinos; Fantasía Hertziana, de Radio Club Tenerife; Casa gallega, del Centro Gallego, y Patio Versallesco, de DISA. En ese mismo espacio trabajaba Fernando Farina, al que se le encomendó la carroza oficial, la del Ayuntamiento, en la que iría la Reina de las Fiestas de Mayo del año anterior, María Rosa Pérez Gómez, Miss España en ese mismo año. Juan Torremocha preparaba la Fantasía submarina, del Real Club Náutico. En la prolongación de Duggi, cerca del colegio San Fernando, Miguel Afonso y su equipo daban vida a las carrozas Futurismo, del Casino Principal; Paleta, del Círculo de Bellas Artes, y Antifaz, del Círculo de Amistad. A ello se sumaban las carrozas Fantasía Egipcia, del Centro Cultural García Escámez, la de Pepsi-Cola, y la de la Asociación de Vecinos de San Sebastián con referencia al ensueño faraónico, obra de Miguel Fuertes con el apoyo de los hermanos Florido... El nivel, pese a los intentos de Alejandro Cabeza a la incorporación ocasional de afamados artistas murcianos o las constantes referencias a los carnavales de Niza o de Viareggio, ha caído en el mayor descuido. Pese a la inquietud renovadora de Goyo Arteaga lo que hoy nos asiste son meras plataformas que sirven de soporte para pasear a las reinas y damas con sus vistosos trajes.