DESCONOZCO si Paulino Rivero, su esposa o cualquiera de los allegados de ambos han estado alguna vez en México. Personalmente no me los he encontrado ninguna de las veces que he visitado ese país. Ni siquiera en una notaría. Quiero decir que sobre el asunto de los llamados papeles de "México", que leí en el diario "Abc" un mes antes de hacerlo en EL DÍA, nada sé fundamentalmente porque nada he indagado. Si el señor Rivero y la señora Mena dicen que todo es falso, pues todo es falso. Hace tiempo que lo que hacen o dejan de hacer determinadas personas, tanto si son políticos, periodistas -sobre todo periodistas- o fallidos intentos de curas meapilas me suda el nabo por delante y por detrás. Tan solo me sorprende ese ahínco con el que se arremete contra EL DÍA, intervenido judicialmente en lo que respecta a este caso, mientras que al citado diario, así como a la página web en la que aparecieron los famosos documentos, nadie les toca el pelo, tanto si se trata de un cabello teñido o al natural. Ni siquiera en el Parlamento de Canarias, donde ayer dos señores interpretaron una escena más propia de un gobierno de Pancho Villa al frente de una república bananera, dicho sea con todos los respetos para Villa y los bananeros, que de una comunidad autónoma con pretensiones de seriedad. Qué espectáculo bochornoso el de un señor al que llaman Barragán preguntándole a otro señor, al que le dicen don Paulino, sobre México. Un cuadro escénico, por lo demás propio de la Cámara legislativa regional, que convierte en prueba matemática el hecho irrefutable de que no hace falta conocer México para convertir a Canarias en esa mencionada tropa panchovillesca: todos generales y ninguno soldado; todos mamando y ninguno trabajando en algo de provecho. Qué ironía, por no decir qué cinismo, esa caricatura de un Pancho Villa vernáculo, acaso de un Cantinflas venido a menos, acusando de chantaje y de intentar amañar el concurso de las radios al editor de este periódico, cuando el Tribunal Superior de Justicia de Canarias le ha pedido al Ejecutivo autonómico que le envíe de forma urgente, y sin más dilaciones, el expediente administrativo de ese impoluto concurso radiofónico que, según él, pretendía enjuagar José Rodríguez. ¿Por qué quieren los jueces ver ese expediente si todo ha sido tan pulcro? ¿Será acaso porque le dieron 17 emisoras a cierto empresario y 32 a otro, mientras que a cadenas como Onda Cero o la SER, entre otras, se quedaron en la inopia?

Sobra recordar que EL DÍA no ha sido la única empresa damnificada en este reparto. La única diferencia entre este periódico y los demás medios perjudicados es que los otros callan como corderitos -siempre el silencio de los corderos- y EL DÍA no, esencialmente porque José Rodríguez es el único que puede abrir la boca al ser también el único que no le debe nada a nadie.

Para que el esperpento fuese lo más completo posible, mientras esto ocurría en Tenerife, una fiscal nos pedía 10.000 euros a Chaves y a mí, durante un juicio celebrado en Las Palmas y sin que nadie nos hubiese avisado previamente de nada, por sendos artículos sobre un señor al que no le gusta que lo llamen capicúa. Pero de esa otra opereta hablo otro día. El folio de hoy ya va bien servido.