SEGÚN los últimos estudios neurológicos -Natalia López Moratalla y María Gudín, entre otros-, el patrón de formación de áreas cerebrales y maduración depende del sexo, ya que todas las células llevan el par de cromosomas XX o el par XY. El cerebro alcanza su máximo tamaño al final de la infancia. Después permanece constante, pero cambia su estructura, sus conexiones (plasticidad) y se reordena en la adolescencia. Es un momento crucial para madurar la personalidad, ya que unas áreas crecen, otras se reducen y otras se reorganizan. Así, aproximadamente, de los 8 a los 18 años la sustancia gris se va convirtiendo en sustancia blanca; su ritmo de cambio es como una onda que va alcanzando en distintos momentos las diferentes áreas del cerebro. Esto produce también un perfeccionamiento en las facultades cognitivas, las capacidades de estudio, lectura, memoria, etc.

La Dra. Moratalla -catedrática de Bioquímica y Biología Molecular- y Enrique Sueiro -Dr. en Comunicación Biomédica-, ambos profesores de la Universidad de Navarra, en un artículo reciente, "Cerebro adolescente: de aislarse a intimar", publicado en Diario de Noticias (Pamplona), sostienen que: "Se ha establecido un patrón funcional y del desarrollo del cerebro que muestra las diferencias naturales en la maduración de las chicas y los chicos. Este fenómeno se debe a que las hormonas de la pubertad se producen a edades diferentes y de forma distinta: cíclica en ellas y continua en ellos. Madurar conlleva transformaciones emocionales, mentales, psicológicas y sociales en las que influyen las hormonas sexuales cuya concentración se incrementa con la pubertad. Aumenta el interés por la actividad sexual, se experimentan cambios en la motivación, los impulsos y las emociones". En definitiva, se altera el mundo afectivo personal en una etapa delicada, puesto que los adolescentes aún están madurando: tratan de integrar las emociones en las decisiones racionales; y a la vez regular y controlar las respuestas emocionales de forma autónoma.

Por otra parte, continúan los autores: "Se establecen los circuitos que permiten la memoria autobiográfica, imprescindible para formar la propia identidad. Se despierta el querer saber quién soy y cómo soy. En general, en las chicas, su cerebro se hace muy sensible a los matices emocionales de aceptación o rechazo. Priorizan relacionarse socialmente, agradar y gustar al sexo opuesto. Conversaciones para compartir su intimidad relajan su estrés, gracias a que los estrógenos activan la liberación de dopamina -hormona de la felicidad- y de oxitocina -hormona de la confianza-, que a su vez alimenta ese impulso en busca de intimidad. En los chicos, el aumento de testosterona facilita querer aislarse. Esta hormona reduce su interés por el trato social, excepto en lo relativo al deporte y al sexo. La vasopresina les permite gozar con la competitividad y desear mantener su independencia. Necesitan jerarquía masculina. En ellos se acusa más la temeridad, tan característica en esta edad, porque conceden más expectativas a los beneficios que a los riesgos".

Es obvio que este funcionamiento del cerebro va a ser la base de la estructura corporal y de su desarrollo como adulto, pero ¿quiere esto decir que la conducta de los adolescentes o del adulto es pura bioquímica? ¡No! Porque la maduración del cerebro puede seguir su dirección y ritmo naturales, o cambiar por el impacto de experiencias con personas, situaciones o conductas. El establecimiento y la regulación de los circuitos cerebrales lo modelan precisamente el ambiente, la educación y la propia conducta. Según mi experiencia, de años dedicados a la docencia, coincido con la Dra. Gudín (neuróloga) en su libro "Cerebro y afectividad" (Eunsa), donde dice: "Los fenómenos de plasticidad neuronal permiten educar nuestra forma de ser, de tal manera que mediante una formación adecuada podemos mejorar el funcionamiento global de nuestro cerebro y nuestra personalidad a lo largo de toda la vida".

De todo lo expuesto, se puede deducir la respuesta a la pregunta del titular: que la crisis de la adolescencia afecta a los chicos de manera distinta que a las chicas. En su aspecto de crisis de superación -que en las chicas comienza, más o menos, con un año de anterioridad-. Lo que nos permite conocer mejor a los adolescentes y, junto con otras variables, como las distintas etapas de la adolescencia -que dejo para otro día-, poder concluir que el modo de tratar y educar a una chica debe ser distinto a la de un chico. De ahí, entre otros, el éxito de la educación diferenciada.

y profesor emérito del CEOFT

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