RECORRE la ciudad la luz que amanece. Sobre las calles prestadas, ajenas. Santa Cruz que es de todos pero que no es de nadie. Una flor mustia. Será que creció tan rápido, será que no calan raíces sobre la tosca ni quedan cenizas esparcidas entre los barrancos de Añazo ni nadie que se acuerde.

-Pero ¿de qué me habla?

Empezó a morir cuando alguien la compró con dinero. No sabemos quién fue ni cuándo. Quizás no fue premeditado. Y ocurrió que llegó mucha gente, fue eso, sí, seguro, es que creció tan rápido… Y todos los que somos de Santa Cruz, de viejo o de nuevo, lo somos pero no alardeamos, por si acaso.

-Dijo zutano que era de Santa Cruz, pero qué va, resultó ser de El Toscal, mira tú.

Y al principio fuimos el "luminoso portalón de Tenerife", como escribía mi abuelo en La Tarde, que sí era de Santa Cruz -el último vespertino- y sí la defendía y para eso nació, para defender a Santa Cruz cuando perdió la capitalidad de Canarias allá por 1927. Santa Cruz capital de Canarias: no nos lo creemos nosotros mismos, ni que lo fuimos ni que lo somos. Y hasta el Cabildo se lleva sedes a La Laguna y nadie hace mención alguna, nada, ninguna queja: el coronel no tiene quien le escriba ni Santa Cruz quien la defienda.

Incomprensible desapego, quizás genético, que trato de descifrar en balde. No quiero pensar que haya quien pueda hacer algo y no actúa. O puede que sí, que entre todos la queramos más y la sintamos propia y actuemos todos a una, con amor a la madre natural o adoptiva, según el caso.

Y ese día, el de la ansiada reconciliación ciudadana -pongámosle fecha, himno y bandera-, habrá que recuperar la conciencia, individual y colectiva, para dos cosas: para exigir al que gobierna y para corregir nuestra propia conducta, cada uno con su responsabilidad.

Y me refiero a cuestiones muy terrenales. Que como viandantes nos resulte inadmisibles los contenedores de basura en la plaza de San Francisco (y al que los puso también); que no dejemos basura a cualquier hora en cualquier sitio; que no aceptemos sin más a los personajes que viven en la calle y amenazan la convivencia; que no traguemos con mercadillos ni vendedores ambulantes más propios de otros tiempos; que no veamos normal el abandono a la avenida de Anaga ni nos resignemos a que se eliminen nuestros flamantes laureles de indias.

Santa Cruz solloza con llanto sordo, huérfana. Qué nos cuesta amar a Santa Cruz, en la salud y la enfermedad, hasta que la muerte nos separe.

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