Cae en mis manos, a través de cierto periódico nacional, la historia de una joven convertida en el paradigma de lo que les está sucediendo a las nuevas generaciones de investigadores españoles. Una chica de 28 años, licenciada en química y bioquímica, máster en biología molecular, celular y genética, que se queda en la calle sin indemnización ni derecho a paro después de dos años como becaria en el Centro de Investigación Príncipe Felipe de Valencia. La han despedido precisamente cuanto estaban obligados a contratarla una vez cumplido el bienio inicial como becaria. Durante este tiempo ha estado cobrando 13.200 euros anuales. Menos de lo que le ha costado en un solo mes al Ayuntamiento de Arona los emolumentos de su bien pagado alcalde. Lo peor es que se queda con la tesis doctoral a medias.

Vaya por delante que no la han despedido por falta de capacidad o por bajo rendimiento. Al contrario: dentro de poco publicará en una importante revista científica un artículo en el que firma como investigadora principal. La han dejado compuesta y sin beca sencillamente porque la Generalidad valenciana ha recortado drásticamente su aportación al Centro Príncipe Felipe. Ahora sobra la mitad del personal.

En este punto cabe cargar contra los políticos. Cabe decir, por ejemplo, que los sueldos de nuestros regidores no se recortan; o al menos no tan radicalmente. Cabe preguntarnos, igualmente, por qué gasta tanto el Gobierno vernáculo de Valencia en su apoyo a la política lingüística entre otros dispendios asimismo prescindibles en estos momentos de penurias. Puestos a cuestionar cosas y elaborar conjeturas, piensa uno que quien le regaló los trajes a Camps, si es que realmente se los regaló, podía haber empleado ese dinero para pagar la beca de esta investigadora para que siguiera trabajando un par de años más.

Existen, sin embargo, otros planteamientos, otras cuestiones, tampoco baladíes. Preguntarnos, verbigracia, si alguien ha creído, en el colmo de su candidez o de su ignorancia, que el desarrollo científico de un país se solventa solo invirtiendo dinero, sobre todo dinero público, en centros de excelencia. No, hombre; no. La vanguardia científica se alcanza unida a un tejido empresarial, o no se alcanza. Mientras las empresas privadas no inviertan en I+D, la continuidad de un centro, por muy excelente que sea, dependerá no de que los políticos tengan dinero, porque los políticos siempre tienen mucho dinero -aunque no sea suyo- para gastar, sino de que a los políticos les resulte personalmente rentable gastar en esto o en aquello el dinero que nos sacan del bolsillo por las buenas o a la fuerza. Y los empresarios, la única alternativa conocida a esos políticos, no gastan un euro si no ven rentabilidad. La ciencia pura es importante y tiene que seguir existiendo, nadie lo discute, pero acaso ha llegado la hora de ir pensando más en las aplicaciones prácticas de lo que se investiga, ya sea en la industria o en cualquier otro sector productivo, que en publicar artículos de alto impacto, quién lo discute, aunque inservibles para otra cosa que no sea engordar currículos. Una realidad cruel, sin duda, pero únicamente con realismo impediremos que se multipliquen como hongos los casos similares al de esta chica, hoy vocacional y profesionalmente truncada.