NUESTRO mundo globalizado nos sorprende. Los mercados más. Las normales transacciones comerciales han cambiado y cuánto. Y cuáles son los invisibles hilos que manejan los precios, los hábitos del consumo e influyen en el sutil juego de la oferta y la demanda. Y peor aún si intentamos comprender el movimiento oscilante de la bolsa de valores o de los mercados de deuda. Iluso de mí.

Quisiera pensar que alguien sí sabe qué ocurre, aunque no lo diga, e incluso que sea capaz de observar la realidad del presente y predecir el futuro con cierto margen de acierto; que quizás usted sonría condescendiente con los titulares de la prensa de mañana, que exista cierta lógica no apta para el razonamiento del común de los mortales. Pero no, en realidad creo que nadie sabe de qué va esto y que los mercados no obedecen regla alguna o, en su caso, el mandamiento único de la ambición propia de cada uno de sus actores.

En referencia al libre mercado, sostiene José Antonio Marina que "no hay a la vista un método mejor" para la economía, y yo añadiría que no debemos olvidar que esta, la actividad económica, nos proporciona bienestar y, por ende, felicidad, que justo de eso trata nuestra mundana existencia. Citaba Marina a finales de 2010 a Garzón Valdés: "Librado a su propio dinamismo, el mercado presenta una clara tendencia a la autodestrucción", e insistía en la necesidad de regulación; perfecto. Profético, quizás consternados contemplemos hoy un suicidio.

Y me acordé de unos estupendos paraguayos, una variedad de melocotón muy sabrosa, tentación ancestral de hace unos días. Al final una experiencia fracasada; ni tú ni yo nos dimos cuenta de que tras esa magnífica presencia no había nada, un algo insípido que acabó en la basura. Y pensé en el mercado fracasado del paraguayo y en los responsables del descalabro. Estará conmigo en que a los culpables ni les interesa lo que opina el consumidor ni el agricultor. Mas unos y otros deberían estar preocupados.

En el mercado de los paraguayos todavía pesa el recuerdo satisfactorio de una fruta excelente en textura y sabor. Por tanto, el impávido consumidor muestra atracción y está dispuesto a pagar un precio tal que sufraga la manipulación postcosecha, los costes del transporte desde allende los mares y las comisiones del cambio de moneda. Con tanto trasiego, que los paraguayos luzcan su mejor sonrisa es digno de encomio; ¿para qué? Paraguayo.

Y mientras, los nateros crían verodes y los enarenados de jable papas que nadie valora. Quisiera pensar que alguien (quizás usted) se haya percatado y se empeñe en ofrecernos fruta de primera antes de que ya no sepamos por qué, por qué disfrutábamos con ella.

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