UNA DE LAS CRISIS más graves de nuestra sociedad es la de la autoridad. En España hemos pasado de una sociedad autoritaria a una sociedad absolutamente laxa en cuestiones de autoridad, pero, con los matices que nuestra historia nos permite, esa laxitud alcanza a toda Europa. Muchos han explicado los disturbios recientes de Londres, en los que niñatos con todas sus necesidades cubiertas robaban a sus vecinos (televisores de plasma, no alimentos u objetos de primera necesidad) porque "les da la gana".

A los adolescentes y jóvenes en general se les permite todo. Todo está bien si a ellos les apetece. Estamos criando a la generación de irresponsables, mimados y consentidos más vasta jamás contemplada.

La educación reglada se ha convertido en una avenida para el rápido tránsito de los adolescentes, previamente despejada de todo lo que signifique esfuerzo, dificultad o compromiso.

La educación familiar es con frecuencia inexistente, pues volcados en hablar a los muchachos de sus derechos nadie les habla de sus obligaciones. Los padres en general, y admito los errores de toda generalización, son una panda de acomplejados que evitan a su prole la experiencia enriquecedora del trabajo, de la austeridad, de la lucha y del posible fracaso, no sea que se nos traumaticen los pobrecitos y sufran, angelitos míos.

Les protegemos hasta la exageración, les envolvemos en capas de algodón, no sea que la vida les envista y les haga unos hombres antes de los cuarenta, que dónde van a ir antes de esa edad los "pibitos".

Les tenemos permanentemente recogidos en casa de mamá, protegidos del frío, del calor, del día, del sol y de la sombra. Fabricamos una panda de inadaptados caprichosos, preocupados solo por su propio egoísmo, borrachos de su poder, dictadores, intolerantes, dominantes, tan satisfechos de sí mismos como cansados de una vida que apenas conocen.

Solo conocen la cara blanda y aterciopelada de la vida, que les va moldeando, imbéciles, en función de sus personales apetencias, sin jamás haber sido conscientes de la existencia de otros, de sus derechos o necesidades y de las obligaciones que ello comporta. Y lo peor, sí, claro que sí, la culpa no es de ellos, sino de la sociedad, que los educa de ese modo y se encoge de hombros ajena a los resultados devastadores.

Cameron, el primer ministro británico, avanzó los ejes de su plan para reparar "la sociedad rota": fortalecer la familia, mejorar la enseñanza y aplicar más rigor a la política de subvenciones. Es decir, reformar el sistema educativo, devolver la autoridad a las aulas, combatir la cultura de las bandas juveniles y poner fin a esa nefasta filosofía socialdemócrata de la subvención generalizada e indiscriminada de la que sabemos mucho aquí en Canarias. El político inglés sabe que, si no se ataja el desplome moral de los jóvenes, la sociedad británica no tardará en saltar por los aires.

Esperemos que el ejemplo, aunque pueda ser impopular, cunda y que nuestros responsables en política educativa tomen nota de los efectos que está teniendo y de las medidas que toman otros. Pienso que es el momento de trabajar y hacer propuestas coherentes en la próxima campaña electoral.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es