DICEN los pescadores del lugar sobre las mareas que golpean cíclicamente el litoral de la zona: "Mar de fondo que viene de abajo". Dicen también que, aunque se generan con tiempo sur, es imposible predecirlas y que se distinguen por la intensa fuerza de arrastre de sus corrientes (arrancan los sebadales del fondo marino y los acumulan a kilómetros de distancia) y por la altura de sus olas al llegar a tierra, especialmente cuando llega la pleamar.

Comentan, haciendo corro, mirando de reojo hacia el sur, que la escollera de la dársena pesquera, la cual se encuentra ya a un tiro de cañón del viejo castillo, desvía las corrientes hacia el frágil frente de San Andrés, lo que intensifica más la fuerza de las mareas, dicen, y el empuje de las olas.

Algo tendrán que decir los técnicos de la Autoridad Portuaria sobre estas apreciaciones de los pescadores. Pero en lo que sí están todos de acuerdo, vecinos y pescadores, es que las infraestructuras de la parte baja del pueblo no reúnen las condiciones mínimas necesarias para mitigar con ciertas garantías los efectos de una riada o de una marejada. O sea, que si algo se hizo mal, algo habrá que corregir o rehacer.

Hace días, una marejada con olas (mancados, en el argot pesquero) de altura nunca vista superaba la endeble protección de la autovía y se estrellaba con incontenible furia contra la primera línea urbana, destrozando puertas, ventanas y cristaleras. Ríos de agua penetraron más de ochenta metros en el interior del casco, inundando calles, viviendas, bares y comercios. Las viviendas anegadas perdieron todas sus pertenencias. Los bares y comercios tardaron días en calcular sus pérdidas; los efectos fueron devastadores. También hubo desperfectos en las redes de saneamiento. La avenida quedó arrasada.

El miedo y la inseguridad se apoderaron de los vecinos la madrugada del 28 y el mediodía del 29 del pasado mes de agosto. Incluso, días después, permanecían los sacos de arena en las puertas de las casas, en previsión de nuevas e imprevistas inundaciones.

Sin embargo, en otro tiempo, este vulnerable frente marítimo estuvo durante muchos años protegido por un largo y alto rompeolas, en cuyo interior se desarrollaban con normalidad las labores cotidianas de la actividad pesquera local. Para ello, se contaba con un muelle de trabajo y un varadero que servía de refugio de los barcos. Pero con motivo del ensanche de la autovía que va a Las Teresitas, toda la zona quedó bajo piedras y los barcos fueron desalojados, incumpliéndose, en este desalojo, todos los compromisos adquiridos con los pescadores con respecto a la habilitación provisional y posterior construcción de un nuevo refugio pesquero.

Hoy, los barcos fondean apelotonados en la zona de baño de Las Teresitas, de la cual no deben salir hasta cuando las autoridades correspondientes cumplan con los compromisos adquiridos hace más de cuarenta años.

Otro tanto ocurrió con la playa: extrajeron su arena negra original y construyeron una artificial con arena del Sáhara. Cuarenta años después, permanece a oscuras y sin unos servicios higiénicos decentes. Su regeneración se encuentra bloqueada por culpa de operaciones urbanísticas nada transparentes e intereses económicos nada confesables. Hay un proceso judicial abierto con varios implicados.

¿Y la agricultura? Una Junta de Compensación acabó con la agricultura del valle Las Huertas, con la vista puesta en proyectos urbanísticos faraónicos. Esa junta, en un triste recorrido de más de cuarenta años, expolió, especuló y vendió lo que no era suyo. El Valle, donde no se ha sentado un bloque en todo este tiempo, es hoy un solar desolado. Hoy defiende sus derechos la tercera generación de propietarios afectados.

¿Y los símbolos? En el año 1964, los grupos de presión consiguieron clausurar el cementerio. Fue la primera seña de identidad perdida. Y ya metidos en los años noventa, un alcalde de mucho peso trató de convertir parte del valle El Cercado en una perrera de dimensión comarcal. Consiguió construirla pero no pudo inaugurarla. De aquella nos libramos.

Entristecedor presente derivado de un lamentable pasado.