QUIÉNES somos, de dónde venimos y a dónde vamos. Formulada en 1942, la hipótesis del simio acuático explica la evolución humana mediante un eslabón perdido: homínidos que junto al mar, durante casi un millón de años, desarrollaron las capacidades que nos distinguen como especie. Hombres ya o protohombres volvimos después a conquistar el medio terrestre.

La teoría justifica el origen de nuestra desnudez (la falta de pelo corporal), del bipedismo tan impropio de los mamíferos, de la acumulación corporal de grasa, del control voluntario de la respiración que permite el habla, de la facilidad de los partos bajo el agua o de la habilidad natatoria. Todo ello muy útil en la supuesta vida anfibia. Además adjudica a la dieta de pescado y marisco los nutrientes necesarios para el tamaño y conexiones de nuestro cerebro inteligente. Fantástico.

Hay una evidencia irrefutable. Mis antepasados pertenecieron, seguro, a esa primigenia población de elegidos para la gloria: la de horas que pasamos en la playa sin hacer apenas nada más que cumplir de modo estricto con las premisas de la hipótesis. Liberado además de la presión de los michelines, incapaz yo de luchar contra la evolución genética de la especie.

La ciencia desestimó nuestro origen acuático por falta de pruebas; la paleontología sostiene nuestra naturaleza selvática. A mí me cuesta creerlo; la selva produce congoja, imposible ecosistema para unos primates temerosos de Dios. Que en aquellos tiempos hubiera excursiones tierra adentro es una cosa, pero el campamento base para nuestra transformación mística animal/persona requirió, estoy seguro, una paz inexistente en una jungla plagada de depredadores.

Nuestra predilección por la playa no es casual, insisto. El hombre moderno recupera su esencia después de tantos siglos de deambular por estepas y sabanas, por bosques y pantanos, por praderas y desiertos. Con las costas libres de piratas y los feligreses libres de absurdos compromisos morales, este último medio siglo nos reconcilia con el mar: de él venimos y a él volvemos.

Y luego oyes de boca de responsables políticos que el turismo de sol y playa está agotado en Canarias -no sé cuántos años con la cantinela- y piensas que nadie les habló de la hipótesis del mono acuático o, habiéndola oído, no han tenido el tiempo o la voluntad de soltar la corbata para constatarlo con su propia experiencia. El que cruza la línea no vuelve.

Un negocio que se fundamenta en emociones básicas, tan arraigadas que se pierden en el albor de los tiempos, es imposible que decaiga; es más, ganará adeptos entre quienes descubran el secreto, entre aquellos en cuyos países las inclemencias del clima impiden retozar en la arena. Y cuanto más luchemos contra las emisiones menos competitivas serán las paradisiacas playas del Caribe, en donde hay huracanes, por cierto, y regímenes que permiten grandes desigualdades que no tardarán en explotar, por cierto.

Disfrute la playa, placer ancestral.

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