LOS "INDIGNADOS" han convertido la ocupación de la Puerta del Sol, en Madrid, en el objetivo prioritario de su protesta. Sus lemas han dejado de ser una llamada a la clase política, que según dicen no les representa, y ahora reclaman respeto, con mayúsculas, para la acampada en el centro de la capital.

Del movimiento 15-M, verdadero aldabonazo preelectoral de mayo, solo quedaban en Sol menos de cuatrocientos seguidores. Son los que asistieron a la asamblea celebrada tras la reconquista de la emblemática plaza. Los demás, los cinco mil a los que la Policía dejó entrar tras una jornada de "batalla" callejera, festejaron el evento y se fueron. Este decaer de las exigencias democráticas iniciales, que ha conseguido el apoyo de más de ocho millones de españoles, era uno de los riesgos del movimiento asambleario, donde cualquier decisión sobre la reivindicación más justa languidece en interminables votaciones. Es descorazonador que unas protestas que lograron concitar la atención internacional acaben convertidas en una serie de conquistas pueriles como la obcecación de montar un campamento en el centro de Madrid, no para mantener viva la indignación, sino como símbolo. Los símbolos están muy bien si van acompañados de contenido; sin este son simplemente un trapo, como llega a ocurrir con las banderas.

Precisamente ahora que los partidos políticos (otra vez en precampaña electoral) comenzaban a asumir en sus programas una mínima parte de las reclamaciones del 15-M, los jóvenes airados (porque ahora sí que son todos jóvenes) hacen de la instalación de sus tiendas de campaña en Sol el objetivo de su lucha.

De todas las propuestas, cargadas de razón y sensatez, nada ha quedado. No han sido capaces de consensuar un catálogo de exigencias a unos políticos que vuelven a repetir los mismos errores cara a las elecciones generales de noviembre.

El incierto futuro del movimiento 15-M pasaba por la tentación, siempre descartada en las asambleas, de montar un partido político o el riesgo de evaporarse. Parece que han optado por un camino colateral, muy dañino para su imagen, que consiste en reducir sus exigencias a la mera acampada.

Su presencia en Sol fue lo que les dio visibilidad pública, pero sin unas reclamaciones que podían compartir los ciudadanos de a pie, la atención de los medios de comunicación habría durado menos de tres jornadas. Lo importante no era dónde estaban, sino la limpieza democrática que exigían.