A VECES resulta más divertido leer las soplapolleces con que se intentan disfrazar ciertas bataholas que el contenido escueto de lo acontecido. Al margen de las explicaciones, irrisorias en sí mismas, dadas por Casimiro Curbelo sobre sus andanzas en la noche madrileña, me he desternillado con la circunvalación construida por un pecholata de la pluma para eludir la respuesta a una pregunta esencialmente espinosa: ¿qué hacía un senador socialista a las cinco de la madrugada en una sauna con servicios después de mandarse una mariscada? Cuestión que merece una reflexión serena antes de aventurar cualquier juicio, ya sea de valor o de los otros.

Reflexión que comienza con una llamada que recibí, precisamente desde Madrid, hace unos días. Un amigo me comentaba que había acudido a cierto restaurante famoso por sus angulas. "Cuánto tiempo sin verlo", le dijo el dueño apenas entró. "Sí, algunos años, pero ya ve usted", manifestó mi amigo con cara de circunstancia porque para él hace tiempo que el horno no está ni para bollos, ni para exquisiteces. "¿Sigue teniendo las mejores angulas de Madrid?", quiso saber. "Las mejores de Madrid no; las mejores de España", se jactó aquel orondo y feliz mesonero de postín. "Es que tengo un compromiso con dos o tres personas...". Mi amigo quería agasajar a un par de políticos de los que espera conseguir algo. Una labor tan irrelevante como echar agua al mar, pues los políticos sólo dan sablazos, pero hace tiempo que opté por no quitarle las ilusiones a nadie. "No se preocupe usted", lo interrumpió aun más jovial el hombre de las mejores angulas del mundo. "Me avisa con dos días de antelación y por 3.000 euros les sirvo una fuente como no han visto ustedes nunca". "Me quedé tan anonadado por el precio, que ahora que lo pienso creo que me marché sin despedirme", fue la confesión final, y telefónica, de mi estupefacto colega.

Desconozco si la mariscada con la que celebró el señor Curbelo el inicio de sus vacaciones senatoriales resultó más cara para su bolsillo de socialista progre que esos 3.000 euros de la cena con angulas nunca encargada por mi amigo; un desconocimiento que se extiende incluso al estipendio desembolsado por los servicios de una sauna -parece que ahora a ciertos puticlubs los llaman saunas; siempre con eufemismos- que el presidente del Cabildo gomero quería disfrutar. Estipendio abonado, o no, pues al parecer Curbelo pretendía que algunas cosas se las hicieran gratis y por ahí empezó el follón. Ni siquiera estoy al tanto de si el susodicho, en plan sheriff o como un Rambo colombino, gritó desaforado que a él no lo detiene ni la Guardia Civil. Al final parece que no fue necesaria la presencia de los picoletos porque, inmune y todo, los propios maderos lo metieron a empellones en el trullo. Qué cosas.

Desconozco los pormenores de una noche de trulenque pero sé fehacientemente, en cambio, que en este país hay millones de personas -las que están sin trabajo y algunas más- económicamente inhabilitadas no ya para que le relajen el cuerpo en una sauna -o lo que se- a las cinco de la mañana después de una cena con marisco presumiblemente opípara, sino simplemente para acudir a un supermercado sin amarguras después del día 15 de cada mes. Bien es verdad que la culpa última de esto no la tiene Curbelo, sino quienes han votado por él.