Que no le quepa la menor duda al presidente del Cabildo de Tenerife que el discurso que Tita Díaz, q.e.p.d., quiso y no pudo pronunciar en la última sesión plenaria de la corporación en la pasada legislatura, publicado por este periódico, es auténtico y lo escribió y firmó la consejera.

De lo que se debería arrepentir el señor Melchior es de haberla tratado así. Y, en su caso, de haber actuado en la corporación como ella decía que actuó. Vicenta, Tita, Díaz, que falleció ayer en el Hospital Universitario de Canarias, no merecía el trato que algunos personajes le dieron. Un trato en ocasiones vejatorio y poco cariñoso hacia una persona que lo dio todo por la institución hasta que la obligaron a irse a su casa, con la excusa de su enfermedad.

Ahora viene Melchior con que ese texto no lo escribió ella, como insinuando -sin decirlo- que pudo haber partido del PP. Les aseguramos que fue ella solita, de su puño y letra, la que le dio forma. Le costó algunas noches de insomnio. Lo firmó y lo mandó a este periódico. Fue valiente hasta el final.

En los huesos de estos personajes de ética dudosa (los que la persiguieron hasta que se marchó, para volver a ser elegida) quedarán las dolorosas muescas de sus desmanes. Ella escribió un texto muy duro que, por oportunidad política, no le dejaron leer en el pleno, como hubiera deseado. Sólo EL DIA se atrevió a publicarlo. Y ha causado honda impresión en la sociedad tinerfeña. Nunca se había hecho una denuncia política tan serena y tan contundente a la vez.

Pero no la dejaron intervenir en aquel pleno, por criterio de su propio partido, el PP. Se alegaron varios motivos, todos ellos inconsistentes: que no tenía voz, que le iban a quitar el uso de la palabra, que tenía que haber ido primero a la Fiscalía. Tita hizo una dura denuncia política contra el presidente Melchior. Estaba en su derecho, porque se encontraba muy dolida y porque le embargaba el dolor y la rabia por la poca comprensión y el nulo apoyo hacia una mujer sin miedo, que ha peleado no sólo contra quienes quisieron herirla sino contra su enfermedad, que finalmente la ha vencido. Y, sobre todo, porque consideró que moralmente tenía que hablar.

A Tita Díaz nunca la hubiera doblegado nadie, porque estaba acostumbrada a enfrentarse a un enemigo mucho más poderoso que Melchior, mucho más poderoso que nada: una cruel enfermedad que la ha ido minando poco a poco.

Y ahí seguía, luchando con ella, día a día, noche a noche, minuto a minuto. Hasta que ayer nos dejó.

Es indigno que se diga que ese texto es apócrifo. Es indigno que no se reconozca, o siquiera se discuta, el contenido del discurso no pronunciado, sino que, de entrada, se niegue. Tengan vergüenza.