Y HABRÁ que ver qué dicen los parados. Es probable que no digan nada ni sean conscientes de la trascendencia de la reforma pendiente para que mejore su situación personal. Esto es una lucha por los derechos adquiridos. Otra más. Todo este asunto de la reforma laboral y la negociación colectiva se discute en una órbita muy alejada de la realidad de los ciudadanos. Parece que a ninguno, ni a los sindicatos ni al Gobierno, le importara lo más mínimo cambiar de verdad unas reglas del juego que no funcionan; y esto último no es una opinión, los datos lo corroboran.

"Los sindicatos obedecemos el mandato de los afiliados y el interés de todos los trabajadores", afirmarán, aunque no son mayoría y juegan con la representación que le otorgan los propios poderes públicos. "Convocamos a los interlocutores a la mesa con voluntad de consenso, aunque sea pagando", responden desde el otro lado; mismo perro. Función en dos actos, cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia, afable contribuyente, sufrido desempleado.

Cabría preguntar quién defiende a los millones de personas que no encuentran trabajo y, entre ellos, a los tantos que contemplan el acceso al mundo laboral por primera vez como una barrera inexpugnable. Cabría plantear también cómo crear las condiciones para que la actividad económica tenga lugar. Y entonces concluimos que urge fijar los límites a la intervención oficial: establecer los mínimos para impedir el abuso, erradicar el fraude y conseguir seguridad jurídica para ambas partes. Para todo lo demás, que no es tanto, que intervengan las reglas de libre mercado.

No se sorprenda y sí, sí que propongo eliminar el exceso de regulación (convenios) a cambio de eficacia en la lucha contra el fraude; sí que planteo la revisión del Estatuto de los Trabajadores como norma universal con esos mínimos irrenunciables y, en efecto, ha leído bien: dejar el resto de cuestiones al acuerdo individual entre trabajador y empresa.

Los sindicatos tendrán que reinventarse y los legisladores (esto va de hacer leyes) deberán permitir los plazos suficientes para contentar a los agraviados. Mal menor. En asuntos de este peso, disfrutar el futuro requiere pagar peaje al pasado por los errores cometidos. Pues paguemos cuanto antes.

Y llegados a este punto, cuando se imponen lo simple y el sentido común, resulta imprescindible eliminar el dogma de fe -inculcado con el hierro candente-, según el cual debemos exigir un trabajo fijo y luchar por él, ¡vaya esclavitud! Creencia absurda que nos impide tomar decisiones inteligentes y que nos obnubila mientras la vida pasa sin percatarnos de que lo trascendente es procurar nuestra propia felicidad. Sea feliz.

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