El pasado Día de Canarias quisimos mi señora y yo regalarnos una actuación de Olga Cerpa y Mestisay en el bien remozado teatro Leal de La Laguna, atiborrado de magníficas obras del pintor López Ruiz. Hasta aquí todo bien. La cosa me empezó a mosquear cuando entramos al recinto con billetes de primera fila y viendo sobre el escenario una buena cantidad de sillas y gente ocupándolas. ¡Sí, sobre el escenario, señores! Algunos de ellos muy conocidos, invadiendo casi dos tercios de las tablas, en una ubicación de privilegio delante y mezclados con algunos músicos entre ellos, quedando libre solo un paseo central de algo más de dos metros de ancho. Y digo: bueno, aquí vamos a ver más cabezas y barrigas que músicos, y casi que así fue; aún me pregunto qué hacía allí arriba esa gente. La verdad es que si fue como atrezo se lucieron, ya que eclipsaron, para mi opinión, muchas zonas del escenario que se supone son para los artistas.

La verdad es que estos "convidados de piedra" daban la sensación de estar más cortados que una albacora en filetes; los pobres apenas se movían, no aplaudían y, por supuesto, no miraron para el público; menos mal, solo faltaba eso. El espectáculo lo salvó la maravillosa Olga Cerpa, que puntualizó diciendo que se sentía extraña con el público sentado sobre el escenario (cosa inaudita en un teatro de prestigio), diciendo: "Me siento como si tuviera gente dentro de mi habitación", y es verdad que daba una sensación extraña, atrabancada y deslucida, por lo menos desde nuestra posición en primera fila; oyendo quejas de los espectadores cercanos a nuestros asientos, ya que los músicos no se veían, solo cuando se levantaban para saludar o tocar alguna pieza, como el joven timplista Germán López, que se paseó por el poquito espacio que le habían dejado en el pasillo central, desgranando con mucha habilidad las finas notas de su "camellito".

En fin, se perdieron muchos detalles. Por ejemplo, la caboverdiana Nancy Vieira, aparte de cantar maravillosamente, bailó en un momento dado de su actuación y solo la podían ver las butacas centrales; el público de los extremos apenas veía la cabeza con su simpático moño. Esto por lo menos para las primeras filas; en las traseras supongo se vería mejor. Afortunadamente, las dos vocalistas procuraban cantar al borde del escenario, rebasando las absurdas butacas allí colocadas. Nosotros, desde nuestra "exprivilegiada" posición, estuvimos casi todo el espectáculo viendo barrigas y cabezas de unos espectadores excepcionales que no entendemos, algunos muy conocidos. Desde nuestra posición apenas veíamos a los músicos, que quedaban ocultos detrás de esa absurda maraña de sillas. Ver para creer.

M.A. Rosales

De vueltas con el Gran Circo Mundial

Es triste que todos los años se repita la misma historia. Todos los años a estas alturas aterriza en La Laguna el Gran Circo Mundial, donde decenas de animales son exhibidos y ridiculizados ante los espectadores, que, en su mayoría, desconocen la tragedia que esconde tal espectáculo.

Y como soy consciente de tal desconocimiento, es mi labor cada año recordar a los posibles asistentes las condiciones en las que viven y son tratados todos los animales que participan en el circo. Se trata de animales salvajes, independientemente de que hayan nacido en cautividad, puesto que tienen un instinto natural de libertad y supervivencia. Hablamos de elefantes de gran tonelaje, osos, tigres, caballos, perros, y así una gran lista de animales que pasarán el resto de su vida enjaulados en escasos metros cuadrados, sin llegar jamás a sentir el placer de correr en libertad.

Son animales salvajes, es decir, que no nacen aprendiendo a tocar la trompeta ni a bailar sevillanas. Y yo me pregunto: ¿cómo hacen para que aprendan a hacer tales peripecias? Pues a través de la tortura y la retirada de la comida. Así de triste y cruel es la realidad que esconden estos espectáculos antinaturales que no suponen ningún recurso didáctico para los más pequeños, desgraciadamente el público que más demanda este tipo de espectáculo.

Quiero dirigirme a los padres, que son los que compran las entradas pensando en la diversión y el entretenimiento de sus hijos. Les pido que reflexionen sobre el aprendizaje que hará el niño de lo que verá en el circo, si realmente es necesario que vea a un elefante saltar, o a un oso tocar la trompeta, cuando hay tantos otros recursos para pasar un agradable día en familia sin la necesidad de hacer sufrir a unos seres vivos que, desgraciadamente, no tienen voz ni voto para exigir sus derechos.

P. Rodríguez