PUDIERA parecer misión imposible. Mas planteo un deseo poco ambicioso: conseguir eficacia en la acción pública, el mero cumplimiento del deber como tal. Y quizás debamos cuestionar qué es aquello que demandamos de las administraciones públicas, cuáles son sus competencias reales (legales) y en qué se gastan al final el dinero de los impuestos que ponemos en sus manos.

Nos hacen creer que hay mucho juego, que el gestor político tiene la obligación de hacer muchas cosas... aunque eso no es del todo cierto. Lo público está normalizado, y mucho, como debe ser. La educación es universal y obligatoria, la sanidad gratuita de libre acceso, ambas de competencia autonómica; la defensa contra nuestros enemigos es competencia del Estado y la gestión de los residuos urbanos, de los ayuntamientos, aunque esta última esté cedida a los cabildos insulares. Y así con todo lo demás. La Administración asume como propias competencias para procurar la igualdad de oportunidades, regular los mercados y preservar nuestro estado del bienestar. Aburrido pero suficiente.

Por herencia nacional-socialista lo público interviene en la economía de mercado como un operador más, en activo; es frecuente que no se limite a su papel de árbitro o al de tratar de procurar las mejores condiciones para fomentar la actividad empresarial. Y así encontramos una administración local que fabrica y comercializa salchichas con su marca propia, por citar un caso conocido. Fabricar salchichas no es competencia municipal ni reprobar la línea editorial de un periódico es competencia de un Parlamento regional, que está montado para dictar leyes. Ejemplos hay muchos.

Es una cuestión de enfoque. Limítese usted a intentar cumplir con aquello en lo que sí es competente, déjese de asumir ineficiencias ajenas y exija que cada actor interprete su papel en este gran teatro que es la nuestra vida cotidiana. Considere la nueva legislatura un camino que se abre a sus pies y, antes de iniciar la marcha, propóngase eliminar todo aquello que no debe llevar consigo en la travesía, gaste tiempo en desmontar y reorganizar, en ordenar y en limpiar; negocie, deshágase de lo inservible.

En la tarea de rediseñar una Administración pública hay que pedir coherencia técnica y huir de los mensajes simplistas que consideran una buena gestión el recorte en el número de consejerías o en la fusión de áreas. Qué más da que haya diez o doce consejerías; debemos preocuparnos por conocer a qué se va a dedicar cada una, aplicar el sentido común y trazar bien la línea que separa sus competencias. En esa acción responsable podríamos incluso sacrificar eficiencia; que se espere a la próxima.

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