"LA COMPAÑÍA es única en muchos sentidos", comenta Zeynep Ton, una experta en venta al detalle de la Universidad de Harvard. "Sus 63.500 empleados con contratos permanentes reciben una formación veinte veces superior a la que se les imparte, de media, a los trabajadores del sector de la distribución en Estados Unidos". ¿A qué empresa se refiere Zeynep Ton? En principio cabe pensar que a una compañía de muy avanzada tecnología ubicada en el californiano valle de la silicona. Nada más lejos de la realidad. La experta de Harvard está hablando de Mercadona; una empresa española, valenciana para más señas, que desde hace unos años llama la atención de las cúpulas económicas internacionales por su eficacia. Una eficacia -o eficiencia, si se prefiere- que le ha permitido seguir creciendo durante 2010 -un 47 por ciento más de beneficios- pese a que la crisis económica ha golpeado con dureza el consumo de las familias españolas. Cierto que comer hay que seguir comiendo y, por lo tanto hay que ir al supermercado aunque ya no se pueda ir a la boîte los fines de semana, pero aun así la situación de Mercadona resulta envidiable; sobre todo para otros que se hunden en la miseria.

Lo suficientemente envidiable para que el semanario "The Economist" le haya dedicado un amplio reportaje que elogia al presidente de la compañía, Juan Roig; un empresario que no tiene pelos en la lengua, según destacan los periodistas de la citada publicación. O papas en la boca, como se dice por estos alrededores. Elogios en absoluto gratuitos: cuando Roig se hizo cargo de la compañía, en 1981, Mercadona tenía ocho supermercados en Valencia. Hoy en día cuenta con 1.310 y una facturación 16.500 millones de euros anuales. ¿Claves del éxito? Varias. De hecho se están haciendo tesis doctorales -no sólo en Harvard- para tratar de aplicar el exitoso modelo de Mercadona a empresas de todo el mundo. Algo que ya ocurrió -y de hecho sigue ocurriendo- con Zara; otra multinacional española de éxito planetario a la que el ayuntamiento de París acaba de negarle la licencia para que abra su tercera tienda en los Campos Elíseos. Los franceses, como siempre tan gabachitos ellos, no quieren verse superados en asuntos de moda por una mercantil de un país "menor" como el nuestro. Pero dejemos la "grandeur", el "honneur" y hasta la pollabobeur de la República gala y volvamos a Mercadona.

¿Las claves del éxito?, insisto en preguntar. Varias, eso también lo reitero, sin bien "The Economist" no duda en señalar los bajos precios de sus productos y el hecho de que esta compañía no escatime en gastos para tecnología y logística. Esa es su mejor publicidad. Todo ello sin olvidar que esa plantilla de 63.500 empleados es muy estable; la rotación en los puestos de trabajo apenas supone un cuatro por ciento cada año. De nuevo la importancia del capital humano. Aprovecha "The Economist" la ocasión para recordarnos un negro vaticinio de Juan Roig realizado hace unos meses: el año 2011 tiene de positivo el hecho de que será mejor que 2012, porque lo peor de la crisis está por llegar. Para unos más que para otros, según parece.

Todo lo anterior debería llevarnos a una conclusión: incluso en los peores tiempos se puede no sólo sobrevivir, sino incluso triunfar. El propio Roig señala que únicamente con la cultura del esfuerzo podemos superar la debacle económica, pues "la crisis sólo acabará cuando el nivel de productividad responda al nivel de vida". Acaso ha llegado el momento de preguntarnos cuál es la razón de que a unas empresas les vaya bien y a otras rematadamente mal. O por qué el 45 por ciento de los jóvenes no tienen trabajo, pero el 55 por ciento sí. Tal vez lo que toca ahora es indignarse menos y esforzarse más. Porque, sin ánimo de ofender a nadie -y si alguien se ofende, me da igual-, ¿resulta creíble que un empresario pueda darle trabajo a cualquiera de los hediondos que siguen acampados en la Puerta del Sol entre charcos de meados y montones de mierda? Ni siquiera los que ahora mismo protestan entre borracheras, colocones y fornicaciones públicas -o sodomías por turno- en el centro de Madrid, o de cualquier otra ciudad española, contrataría a alguien como ellos si dentro de unos años, sentada la cabeza y postergado el jolgorio, estuviesen al frente de una empresa. Y digo cualquier ciudad española porque en París, la ciudad que no quiere más tiendas de Zara, la policía los dispersó de entrada con gases lacrimógenos. Parece que la pestilencia no está considerada una atracción turística en la llamada ciudad de la luz.

En definitiva, si Amancio Ortega con su Inditex, Juan Roig con su Mercadona y decenas de otros empresarios españoles son hoy motivo de admiración en el escenario internacional, ¿por qué no optan los otros, los de la queja perpetua, los mendigos de la subvención con cargo al erario, por trabajar más y especular menos? ¿Por qué no nos indignamos menos con los políticos y nos abnegamos más con nosotros mismos para salir adelante aunque estemos inmersos en una devastadora tempestad? Los marinos de antes -los grandes marinos- navegaban incluso con el viento en contra, tal vez porque nunca daban su barco por hundido mientras estuviera a flote; o porque siempre veían la botella medio llena en vez de medio vacía. O, sobre todo, porque preferían arriesgarse a perecer que resignarse a vivir en la penuria.