HOY voy a tratar de los recuerdos que aún persisten en mi memoria de las múltiples clínicas que yo conocí en Santa Cruz y también de emblemáticos hoteles. Comenzando por los centros clínicos voy a citar a la que a mí me impactó, sin duda por la egregia figura de su fundador y director, el Dr. Tomás Zerolo Fuentes. Era un experto cirujano y operaba, aparte de en su clínica en el Hospital Civil capitalino, quirófano que frecuenté en muchas ocasiones recordando a otras figuras del bisturí, los doctores Alfonso Soriano Frade y Victoriano Darias Montesinos; todo un carácter. Este médico fue también inspector jefe del incipiente Seguro de Enfermedad. Don Tomás, con el que mi abuela paterna sostuvo una gran amistad, y como tal fue la comadrona que asistió todos los partos de sus dos esposas. La primera, la señora Davidson, falleció de embolia postpartum (me lo contó mi abuela) mientras don Tomás, con uno de sus hijos, estaba asistiendo a un espectáculo taurino. Marchó a la Guerra Civil y allí conoció a una ilustre dama, enfermera voluntaria. De ambas esposas nacieron varios hijos, algunos de ellos, médicos acreditados. Mi amistad fue con Tomás, que operó en 1980 al más joven de mis hijos, de apendicitis aguda en la clínica Quibey (antes Residencia Taburiente).

Les contaré algo de don Tomás padre. Recordando la causa del óbito de su primera esposa, cada vez que operaba en su clínica una apendicitis lo hacía, si era correcto, con anestesia local y acto seguido hacía caminar al operado para evitar la formación de "trombos". Su clínica era de madera, al estilo británico, en la calle Enrique Wolfson, frente a la que hoy, de la misma familia, se encuentra el Centro Médico-Quirúrgico. Clínica La Colina, en la colina del bello monte; clínica Santa Lucía, calle 18 de Julio, del Dr. Corviniano Rodríguez López; clínica Bañares, entre Álvarez de Lugo en su prolongación y Pérez de Rozas, del Dr. Práxedes Bañares Zarzosa, más tarde, de mi buen amigo y reputado urólogo el Dr. Francisco Bañares Baudet; clínica Nuestra Señora de las Mercedes, del ginecólogo Dr. Felipe Coello Higueras; hospital Febles Campos, de Psiquiatría; clínica Santa Mónica, entre Santa Rosalía y Méndez Núñez, en la que también operaba el Dr. José García Estrada; clínica Costa, del Dr. Diego Costa, en la que operaba el Dr. Luis Gabarde Sitjar, médico militar que fuese director del Hospital Civil de Santa Cruz; el hospital de niños, el Hospitalito; el hoy Hospital Universitario de Nuestra Señora de la Candelaria; clínica Quibey (antes Residencia Taburiente) y hoy Hospiten Rambla; la clínica Parque, en la confluencia de Numancia con Méndez Núñez; clínica Covadonga de partos, del Dr. Celso Fernández López, muy grato su recuerdo. En las Ramblas, la clínica de Urgencias del Dr. Juan Bethencourt Fumero, gran amigo, compadre y compañero de Facultad en Salamanca; clínica Barajas, en la calle Pérez de Rozas, del Dr. Fernando Barajas Vílchez, y más tarde de su hijo, un eminente médico y recordado hombre de bien, el Dr. Fernando Barajas Prat; en la plaza de Los Patos, la clínica del cirujano Dr. Juan Rodríguez López; en la calle de San Sebastián, esquina a La Salle, la clínica tocológica del Dr. Adalberto Rodríguez López; más abajo, en la calle de San Sebastián, la clínica Llabrés, del Dr. Lorenzo Llabrés, la primera que estableció servicios concertados con el entonces Seguro de Enfermedad, hasta la construcción del hospital de La Candelaria. Se me había olvidado: la clínica Capote, del Dr. Ángel Capote Rodríguez, cirujano. En esta clínica falleció mi padre en 1942, de una perforación intestinal. Un recuerdo para don Ángel y sus hijos Ángel y Raúl, prestigiosos galenos. Y pasemos ya a los hoteles.

Primero nombraré a dos, que por sus connotaciones artísticas me traen mejores recuerdos: El Pino de Oro, al final de la calle 25 de Julio. Era de un inglés, y en él se hospedó el gran tenor aragonés Miguel Fleta en 1928, durante su única actuación en la isla. Por su afección crónica de garganta fue atendido por el Dr. Barajas Vílchez. El hotel Quisisana, más tarde sede de las Escuelas Pías, en el que se hospedó en 1929 el gran barítono Marcos Redondo, entrañable amigo personal de este articulista; el hotel Orotava, el emblema de Santa Cruz, en la plaza de La Candelaria, mirando siempre al mar insondable. El hotel Mencey, el lujo a raudales. Fue construido durante el mando económico militar de Canarias, en la postguerra civil. En él pasé dos nostálgicas noches de fin de año, en unión de mi esposa. En él asistí más de una vez a las fiestas de San Juan de Dios, patrono de los practicantes. Y en el mismo recinto hace varios años, a una fiesta literaria de grato recuerdo que organizó este abanderado de la prensa escrita que se llama EL DÍA. Allí bajo la tutela de nuestro editor-director, don José Rodríguez Ramírez, tuvo lugar una velada para el recuerdo, de periodistas y colaboradores, entre los que me contaba yo. La residencia Taburiente, en las Ramblas, más tarde clínica Quibey. Hotel Camacho, en la calle San Francisco, esquina a Villalba Hervás. El hotel Victoria, en plaza de La Candelaria, esquina a San Francisco; ante sus muros cayó herido de muerte el joven Santiago Cuadrado, el 18 de julio de 1936. El hotel París House, en la calle Cruz Verde; el Palace, en la plaza de la Iglesia; el hotel Bruja, en la avenida de Bélgica, en el que pasé yo otra nochevieja. Cuando hablé del hotel Quisisana y su posterior vinculación a la enseñanza, se me olvidó citar los colegios para niñas de La Pureza, Dominicas y Asunción, tres modélicos centros docentes. También el hotel Battenberg, en Jesús y María, esquina a Viera y Clavijo. Otros muchos hoteles existieron en Santa Cruz, y como final citar el hotel Anaga, en la calle Imeldo Serís, en el que pasé yo mi noche de bodas, el 1 de marzo de 1956. Nostálgico hotel para el recuerdo perenne. Cosas de Santa Cruz.