PUES, por simple que parezca, la vida sigue, y como quiera que todas las cosas, por duras que resulten, tienen un lado positivo, deberíamos intentar aprender a vivirla sin mitos ni leyendas.

Existe una leyenda urbana que afirma que la base sociológica de este país es de izquierdas. Siendo así la derecha solo puede ganar las elecciones cuando los errores de la contraparte son tan graves y groseros que le regalan el triunfo.

Puede que el sustrato último de esta aseveración sea cierto, pero en mi modesta opinión, la inmensa mayoría de la gente, aunque tenga una cierta tendencia ideológica, no tiene una opinión formada y definitiva sobre su situación en un lado u otro de la trinchera y por lo tanto, se mueve. Puede, y subrayo el puede, que la cierta tendencia de la que hablo sea hacía la izquierda, pero es una inclinación suave, y por lo tanto poco decisiva, una tendencia que puede invertirse, como en el caso actual, como consecuencia de una crisis económica, de una sucesión de decisiones poco afortunadas o simplemente de hipotéticos aciertos de la derecha en sus propuestas y campañas.

Esta situación, que para algunos puede ser una maldición, a mí personalmente, me parece una prueba evidente de madurez democrática y un sano ejercicio de la soberanía popular. Basta con mirar la acción de este último gobierno socialdemócrata para comprobar lo dañino para los valores de la izquierda que resulta un partido instalado en el poder, seguro de contar con la base social para seguir gobernando con independencia de lo que haga o de lo que deje de hacer. ¿Hubiera ganado la izquierda las elecciones si el Partido Socialista hubiese tenido un número mayor de concejales y autonomías que el Partido Popular? En mi opinión no. Por el contrario, hubiese sido refrendada expresamente en las urnas por la mayoría del electorado, una política económica que consiste básicamente en arrodillarse frente a los mercados y esa política sería a partir de ahora intocable y prácticamente incontestable. El retroceso social y político de la izquierda, de sus valores, habría sido infinitamente mayor, y desde luego bastante más difícil de recuperar que la situación actual.

Porque, en efecto, si algo ha quedado claro es que la izquierda, para ganar, necesita contar con su base social. Una base social mucho mas crítica y exigente que la base de la derecha, una base que demanda coherencia y coincidencia entre lo que se dice y lo que se hace, una base social que está definitivamente viva, a tope con su capacidad crítica y dispuesta a movilizarse para construir un proyecto europeo y estatal de progreso y de solidaridad. Esa es la fuerza de la izquierda, la que no ha conseguido barrer el PP y la que ha jugado a debilitar el gobierno Zapatero; con esa base social viva y activa no hay ninguna razón para prever futuros catastrofistas por más que nos esperen unos años duros en las instituciones.

La izquierda real, la que pone y quita gobiernos socialistas, la que vive el día a día en la calle, no quiere más recetas mágicas de marketing, no acepta correr detrás de los nacionalistas para diferenciar a los ciudadanos y sus derechos por comunidades autónomas, no quiere más rebajas fiscales para adelgazar el Estado; quiere abordar y resolver temas como la precariedad laboral, la energía, la vivienda, la educación, la sanidad. Ciertamente puede equivocarse en las formas y parecer que abre la puerta de las instituciones a la derecha, alguno ya se lo ha reprochado a los concentrados en la Puerta del Sol y no deja de tener cierta razón. Pero lo cierto, por encima de estos detalles es que los valores de la izquierda están ahí, en la boca y en el cerebro de miles de jóvenes que desde la indignación preparan el futuro. Anclarse en esos valores y desde ellos echar imaginación y talento para resolver los problemas concretos de los ciudadanos es tarea de quien pretende gobernar desde la izquierda; preparar un programa que sume apoyos desde las fronteras con el Partido Popular hasta la frontera de los que se autodenominan antisistema. Esto es posible, repito, desde la imaginación y el talento a condición de no abandonar los valores, de no renunciar al progreso social, porque la gente de izquierdas no pide el paraíso, pide simplemente que la soberanía radique en el pueblo y no en los mercados, que la economía sea un instrumento al servicio de las personas y no el altar donde se sacrifican vidas y esperanzas; y pide una acción de gobierno, una gestión de lo público, eficiente y honesta.

El resultado no es más que la expresión de que los que se han resignado frente a la crisis, los que han asumido que es imposible repartir las cargas de manera razonablemente justa entre todos, los que pretenden que las próximas generaciones admitan vivir y trabajar peor que sus padres. Se han quedado solos y con la certeza absoluta de que con ese discurso no es que no puedan gobernar, sino que su propia supervivencia como proyecto político está en cuestión.

Puede que no me guste en efecto, el color de la inmensa mayoría de las instituciones de mi país en los próximos cuatro años, pero sigo esperanzado en la soberanía popular, en la sabiduría y la madurez de la ciudadanía, en la fe y la determinación de los jóvenes y en la vigencia de los valores que defienden. Con todo eso, a nadie pueda extrañar que, más allá de un resultado electoral duro de tragar, que la vida continúe me parezca una magnifica noticia.

*Secretario de Economía y Políticas

Sectoriales CCOO Canarias