RELATA el propio Lev Nikoláievich Tolstói la visita de dos estudiantes en los últimos días de su vida, hace ya algo más de cien años. Le interrogan como representantes de la juventud revolucionaria rusa aún sometida a la tiranía de los zares.

"¿Por qué no está usted con nosotros?", fue la única pregunta, después de despertar con sus libros a toda una generación contra la injusticia y la infamia, después de alentar a las masas, después de convertir ciudadanos en revolucionarios. Le recriminan que, cuando al fin llega el momento de la subversión plena, Tolstói se muestre cauteloso y se niegue a participar en la primera línea de fuego.

"Ningún orden moral puede obtenerse por la fuerza, pues toda violencia engendra inevitable violencia. En cuanto echéis mano de ella, crearéis un nuevo despotismo. En lugar de destruirlo, lo perpetuaréis", respondió profético. Aunque le asaltaron dudas, actuó con integridad y coherencia: jamás intervino. Nosotros ya sabemos lo que ocurrió cuando Lenin entró triunfal en Petrogrado en 1917 y durante los más de setenta años siguientes.

Canarias, España y Europa esperan esa revolución que no llega. No hay detonante capaz de prender la mecha; aún no. Ni que se tambalee el Estado del bienestar ni las gigantescas colas del paro ni el afloramiento de la enorme burbuja financiera ni la prevalencia del fraude en todo ámbito, público y privado. Ni en la teoría ni en la práctica. No llega.

El futuro nos une con África con más intensidad que el pasado. Estamos obligados a participar en el destino de nuestro continente, en donde el pueblo harto se lanza a la calle, desesperado, imprudente. Decía Lev Tolstói que es cien mil veces mejor sufrir por una convicción que matar por ella. Previene del incierto porvenir para aquellos que toman el camino de las armas.

Nosotros pasamos de la dictadura a la democracia sin pegar un tiro. Un tránsito tortuoso de negociación y ejemplo, con voluntad e inteligencia, por parte de aquellos que asumieron el liderazgo. Un resultado insuperable si consideramos de dónde venimos y a dónde hemos llegado. Todo ello sin perder nuestra natural predisposición a vivir la vida. Qué bueno es eso de vivir en vida.

Mas no debemos obviar el presente; aquí también urge actuar. La situación económica, social y política exige una nueva revolución; requiere un instigador con visión, líderes con carisma, personas que asuman la responsabilidad desde el conocimiento; precisa consenso, optimismo y enfoque en la defensa del interés general.

Y para esta sublevación improrrogable utilizaremos nuestra estrategia invencible, convencidos de que la fuerza reside en el ciudadano libre que emplea el voto para cambiar el mundo.

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