ES MÁS que ser afiliado, simpatizante o militante de cualquier partido político que se titule nacionalista aquí en Canarias. El afiliado se supone que paga sus cuotas y colabora en lo que puede con la organización a la que pertenece; el simpatizante, un poco menos, porque no contribuye de manera estatutaria al sostenimiento obligado de la misma, y el militante va más allá, estando comprometido de manera más activa en todo aquello que concierna a su partido. Pero militar en el nacionalismo canario es un imperativo, un compromiso; primero, con uno mismo, y después con la política, dentro del ámbito nacionalista que tenga que desarrollarse e implantarse en Canarias.

No se puede entender -porque si fuera así se estaría bordeando una conducta esquizoide- que un nacionalista tenga siquiera la tentación de irse fuera del lindero de la concepción de su patriotismo por unas migajas de poder o por este o aquel puesto, sin la debida generosidad y dignidad política que se supone debe tener el que milita en el mismo. No se puede comprender cómo el nacionalismo se desgaja entre sí, y a veces el enemigo vive al socaire de sus mismas estructuras y es incapaz e indolente en momentos en los que se requiere fortalecer e iniciar la unidad y tener una visión de conjunto; que afloren los racanismos en listas y en componendas ajenas a pactos y que prevalezca por encima de esa militancia nacionalista tal o cual estrategia política, cuando la que debe estar bien presente es la única que es válida: integración para decidir con más fuerza. La unión, aunque sea coyuntural para avanzar hacia la meta, si es que creemos en ella, cual es la unidad nacionalista.

Militar en el nacionalismo es ir más allá de un simple compromiso electoral; es percibir dentro de la conciencia de cada cual que militar en el nacionalismo es sinónimo de patriotismo, que es lo contrario de la cicatería, y que no cuadra con la altivez de miras que debe tener todo aquel que circula por la militancia nacionalista. Militar en el nacionalismo es, antes que nada, tener pleno convencimiento de que se está en ello, para lo cual hay que demostrarlo no solo en el gesto, en las palabras fáciles que se dicen por decir para salir del paso con retóricas repetitivas, sino en la actitud, en la consecuencia, en la lealtad.

Las palabras de los líderes en un momento determinado, cuando se está ante los enfervorizados militantes, siempre suenan bien, aunque sean las mismas y el discurso sea pura ambigüedad y no se adecue a las circunstancias. Pero no debe ni comenzar ni menos terminar ahí. La militancia nacionalista es universal; no entiende de cercos, de reductos, ni de creerse unos que están por encima de otros. Un nacionalismo que se cuestiona, que camina dando palos de ciego sin determinarse, y menos sin definirse, va camino de la confrontación, de la escisión y de la pérdida de fuerza. Militar en el nacionalismo es poner toda la carne en el asador, mirar más alto de lo que podemos, romper telas de araña que se tejen desde dentro por las incapacidades latentes y desde la voracidad por estar, por seguir. Militar en el nacionalismo canario es pensar en Canarias -repensarla diría yo-, y no es que se reduzca a Tegueste o a Valverde, por ejemplo. Eso es aldeanismo puro, un nacionalismo de vía estrecha que apenas sí arranca; es ese el inicio de las exequias del nacionalismo. Titularse nacionalista de aquí o de allí es inservible; hay que serlo de Canarias, desde La Graciosa hasta El Hierro; si no es así es transitar por el camino de la falacia y del engaño.

Militar en el nacionalismo canario es una cuestión seria que supone generosidad y valentía en aras del objetivo a obtener, que es la construcción nacional de Canarias. Si este objetivo se difumina porque así lo disponen los mandatarios de los pueblos de las Islas, mal asunto. Asunto que produciría, de no corregirse, que el nacionalismo canario entre en una encrucijada ciertamente difícil de subsistencia.

Militar en el nacionalismo canario exige despegarse de muchos rituales innecesarios e inoperativos que aún circulan dentro de su tripa. Militar en el nacionalismo es someterse a un reciclaje profundo y, al menos, a una catarsis, y saber dentro del espacio que se ocupa quién es cada cual y qué responsabilidad política se adquiere para las Islas. Si no fuera así, si pensamos con mentalidad, ya no digo de isla sino de pueblo o de aldea en que cada capillita va a lo suyo, el futuro para el nacionalismo canario será inquietante, por lo incierto.