QUÉ DIFÍCIL pagar los impuestos. Y no me refiero a conseguir el dinero, que también, sino a la acción en sí misma de liquidarlo, plasmar las cifras en el impreso e ingresar las cantidades en arcas del Estado o de sus satélites administrativos. Ninguna facilidad para el abnegado contribuyente.

Sufrimos un sistema impositivo tan complejo que uno nunca sabe si está al día. Hay que ser experto o recurrir a un profesional; ni los propios funcionarios que atienden la ventanilla están para ayudarte a rellenar el formulario según su propio testimonio. Algo falla; quiero entender que el recaudador desea cumplir su misión recaudatoria. Por lo tanto, urge simplificar el sistema.

Todo nace de la necesidad social de la recaudación de impuestos y su aplicación en las políticas de gestión pública. Recaudar y gastar; de eso va la política. De gastar bien a favor del interés general; de gastar para preservar el bienestar de las personas. Vaya responsabilidad, vaya carga que se quieren echar a la espalda quienes optan a un cargo; vaya responsabilidad también elegir a alguien para gestionar el dinero de todos: de eso va la política.

La circulación de mercancías está sujeta a gravámenes fiscales. ¿Por qué? Existían en España, no hace tanto, puestos fronterizos en los límites de los términos municipales, los fielatos, que cobraban el paso de la carga. Éramos pobres y había que recaudar de alguna manera. Hoy en día la aduana de nuestros puertos obedece a esa misma filosofía. Tenemos impuestos especiales de la gasolina, del tabaco, indirectos al consumo, de los rendimientos del trabajo, aranceles para encarecer las importaciones de ciertos productos, tasas por la prestación de servicios públicos, por la circulación de vehículos, pagamos por la tenencia de inmuebles, por las transmisiones patrimoniales… Ah, no, perdón, este último ya no. No paga impuestos el que se lucra con la actividad económica o el que más tiene; aquí paga todo hijo de vecino.

Padecemos interminables debates sobre cómo cada candidato propone gastarse el dinero de los impuestos, pero no se habla de esto otro. Y no me refiero solo a cómo simplificar los procesos administrativos de la recaudación, sino a entrar de verdad en materia, a cuestionar qué debe estar sujeto a gravamen y cómo debe aplicarse. El entramado impositivo parece que forma parte de nuestro acervo cultural, que estamos obligados a vivir con él, y en realidad eso no es cierto. Los parlamentos legislan sobre impuestos.

Son nuevos tiempos. Estamos obligados a simplificar, a emplear las nuevas tecnologías, a rediseñar un sistema fiscal más justo y más fácil que no permita el fraude, que fomente la iniciativa. Debe triunfar la imaginación.

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