MANUEL murió en la calle, rodeado de gente, cerca del Mercado, pero solo. Como él, medio centenar de personas han decidido vivir en las calles de Santa Cruz de Tenerife. Por la noche, pertrechadas con cartones, se acurrucan en cualquier banco, en la habitación de un cajero o en un zaguán. La vida les ha llevado allí.

Han perdido todo interés por nada; no lo tienen ni por ellos mismos. Sencillamente, pasan los días y las noches sobreviviendo, sin más compañía que la de un paquete de "Kruger" y su inseparable "tetrabrik" de vino de mesa.

De repente, como a Manuel, se los lleva la muerte, silenciosa. Y entonces, cuando las páginas de los periódicos los hacen visibles con toda su crudeza, una caterva de modernos fariseos que nunca se habían ocupado de ellos y les huyen cuando ven que se les acercan a pedirles unos euros para comprar vino levantan ahora su falsa voz y piden la vuelta de leyes franquistas superadas que no hubieran salvado la vida de Manuel, que habría muerto tan solo de otra manera, quizás a palos.

Manuel murió como y donde quiso, en la calle, donde vivía. Antes, el personal de la Unidad Móvil de Acercamiento, la UMA, de Santa Cruz, quizás sus únicos amigos de verdad, volvió otra vez esa fatídica noche a visitarle e intentar convencerle de que les permitiera llevarlo al hospital. Se negó.

Pero supo hasta el último momento que alguien se preocupaba por él y que, si hubiera querido, podría haberse salvado. No quiso. Ya no podía más. Estaba en la calle, solo, sin familia y condenado a vivir en una maldita silla de ruedas, después de perder una pierna. Quiso irse ya, y se fue.

Manuel era un hombre libre y ejerció su libertad hasta las últimas consecuencias. Todos debemos respetar su voluntad, aunque no compartamos su decisión, ya que nos hubiera gustado que hubiese aceptado la ayuda de la UMA. Pero él lo decidió así.

No quiso vivir con nosotros, sino en la calle, sin normas, horarios o responsabilidades. E igualmente decidió morir solo, en la calle. Libre. Ni su familia, que lo intentó, ni las buenas personas que se acercaban cada día a llevarle comida y a interesarse por su salud ni los buenos profesionales de la UMA pudieron hacer nada, porque él ya había decidido lo que quería hacer, morir. Que descanse en paz.