UNA CUESTIÓN mercantil. Los agricultores canarios renuncian a la producción de alimentos para el mercado interior. Y no es una opinión: más del ochenta por ciento de las frutas y verduras que se consume en las Islas entra por nuestros puertos atlánticos. Tanto peor ocurre con la carne, la leche, los cereales, las legumbres o el aceite, por citar algunos ejemplos. Magnífica oportunidad de negocio.

Habrá quien diga que no podemos producir de todo en Canarias, que no tenemos las extensiones de territorio ni la masa crítica ni recursos suficientes, ni podríamos competir en precio con los que circulan en el mercado mundial. Y es verdad, cultivar arroz podría parecer un exceso. Mas no hablamos de autoabastecimiento, sino de generar riqueza en un sector estratégico, dejado de la mano…

En lo referente a la agricultura, no se discute (error) por cuestiones de viabilidad o innovación técnica, sino solo por las de índole económico; y van juntas. Es difícil que despunte una agricultura avanzada en este ecosistema compartido con un quehacer tradicional, rudimentario, bucólico-pastoril, una segunda actividad considerada sostenible en vez de competitiva por los sucesivos gobiernos que hemos padecido.

Nuestra política agrícola se fundamenta en la ley franquista del REF y sus secuelas ultraperiféricas (me cuesta asumir que somos seres ultraperiféricos), legislación perversa que prima a los productos foráneos en detrimento de los cultivos locales. Los grandes importadores -los tapados del poder- reciben dinero por traer de fuera (me cuesta entender la lógica de semejante destino para el dinero público). Quizás haya que animar a los que entren en mayo para que cambien el paso, ayudar a vencer la presión.

Canarias vive de acoger y atender personas, visitantes temporales o nuevos residentes, con una población que sigue en aumento, pese a quien le pese, y que así sea por muchos años. Personas que consumen alimentos -vaya cosa-, una fuente inmensa de clientes ávidos de productos frescos y de calidad… y he ahí el enorme reto que afronta el sector primario.

Aprovechar esta coyuntura parece tarea fácil en un país como el nuestro, de enorme raigambre agrícola y ganadera, con unas condiciones de clima inigualables, en el que se han inmovilizado millones para acondicionar suelos e instalar regadíos; en donde disponemos de una escuela superior de agronomía, de centros de investigación de primer nivel y de muchos profesionales que esperan su momento después de años de rellenar subvenciones.

Qué oportunidad nos presenta el futuro de hacer negocio y de generar empleo. Debemos pensar en ello, modificar con imaginación las normas que sojuzgan la actividad productiva, que distorsionan el mercado y posibilitar las inversiones en agricultura: el primer eslabón de la cadena.

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